Me convertiré en noche y me llenaré de gemidos, sudores y placeres. Infiltrado en tu cuarto como un vaho de luz añil te soplaré al oído, rozaré tus labios, y me arremolinaré en tus dulces pezones estremeciéndolos. Vagaré por tus pies, subiré por tus muslos y filudo poseeré el deleite de tus recónditos secretos. Extendido a lo largo de tu epidermis haré desfilar cada tibia sensación, a través, de las cruentas barreras de la frigidez, hasta el máximo punto de ebullición. Le imprimiré un gran ritmo, constante, mestizo al lapso entre el adormecimiento y el despertar. Abrirás los ojos y creerás que soy un sueño, ese que nunca me confesaste, ese que te ruboriza. Sentirás tu cuerpo iluminado, caliente, flotante. Cerrarás el puño morderás tus labios; tendrás un pequeño espasmo, otro más grande, otro pequeño, nuevamente; y, por fin, uno inmenso, creciente que envolverá todo tu espacio. Luego, el silencio seco, sin prolongación; y, de pronto, un exquisito aullido, señalando el epílogo de la pequeña muerte. |