| Un día cualquiera, un día sin nada en especial, nació ya hace un tiempo, un niñito blanquito y gordito… Parecía que le gustaba arrancar y desarmar
 cosas, y cuando vio a su madre por primera vez, parece que de algún modo,
 trato de desarmarla, tocándole los ojos, la nariz… la boca… etc.
 En fin, paso un poco el tiempo, y el niño, así como todos nosotros, fue
 creciendo, pero a los 4 años vivió su primer golpe en la vida, sus padres se
 estaban separando… Y él, tan pequeñito, comprendió que la vida se le
 complicaba… que ya no iba a ser lo mismo…
 No entendía, no comprendía porque le tocaba vivir eso, no entendía, no
 comprendía porque tenía él que sufrir por eso… La vida le era injusta he
 incoherente… Pero nadie le había dicho que la vida debía ser justa y
 coherente…
 Fueron muchos los años los que pasaron de total incertidumbre, él y sus
 otros dos hermanos mayores, se preguntaban cuando se acabaría todo esto…
 estaban hartos de tanto sufrimiento… Su madre, tan fuerte y tan serena,
 ahora se le agotaban las fuerzas, su padre tan paciente y cariñoso, ahora
 era una figura extrañan del ayer, que a veces, en algún juicio familiar
 lograban ver, a lo lejos, a esa figura extraña alejarse…
 
 Hasta que algunos años después, a ese niño tan gordito y ahora tan flaquito,
 le detectaron un cáncer…
 
 Su hermano, su mejor amigo, lo acompaño un día a reunirse con su padre, para
 contarle.
 
 Ya sentados en la mesa del restauran acordado, miraba impaciente a las
 personas caminando en la calle, miraba y veía que todos estaban tan
 apurados, tratando de llegar a algún sitio, y él, no tenía ya adonde ir. De
 pronto escucho en la puerta del restauran, a un hombre barbudo con una
 botella de güisqui en la mano, que le gritaba al mozo: “¡¿Donde están mis
 hijos?!... ¡¿Donde están mis hijos?!”
 Su hermano lo agarro de la mano, y lo saco por la puerta empujando al hombre
 barbudo que era su padre, se subió a un taxi, cerrando la puerta tras el
 escandaloso grito de su padre al reconocernos… Fue la última vez, que tuvo
 la oportunidad de verlo.
 
 Después fue todo tan difícil, ¿Cómo soportar tanta desilusión? ¿Cómo seguir
 caminando?
 
 Siguió un tratamiento duro y doloroso, era difícil ver a su madre
 desmoronarse, y a sus hermanos llorando, era difícil saber que no tenía
 padre, era difícil saber que valía la pena seguir viviendo.
 
 Y llego el día de la operación.
 Tendido en la cama, medio dormido por la anestesia, veía a su familia
 llorando, que le decían con los ojos que lo amaba, y cuando se iba, de
 pronto vio abrirse la puerta, y vio a su padre, también llorando, temblando,
 viendo que su hijo se le iba, le dijo: “Hijo… te amo…”
 Sonrió y sintió que era feliz, comprendió en tan solo unos segundos, que lo
 más bello estaba en lo más simple. Comprendió que si hay algo por lo que
 vale la pena vivir, es para poder sonreír, que es gratis, es para poder
 llorar, que es gratis, es para conversar con un amigo, que es gratis, es
 para ver las estrellas, que es gratis, es para ver el chanchito que pasa por
 el jardín, que es gratis, es para ser niño, que es gratis…
 
 Es con las cosas simples que decimos muchas cosas…
 Con una simple flor le decimos, un domingo de Mayo: “Mamá, hoy es tu día”.
 Es con una simple flor con la que decimos a alguien “Tú eres el ser más
 amado de mi vida”
 Es con un simple abrazo que decimos que nos gusta estar a su lado…
 
 ¿Qué es lo que realmente necesitamos?
 
 ¿De que me sirve tener todas las cosas del mundo, si no las puedo
 compartir…?
 ¿Qué era lo que realmente hacia feliz a aquel niño?
 ¿Costaba? Repito… ¿Costaba?
 
 Si realmente quieres tener algo que vale mucho, no lo busques en una tienda,
 búscalo a tu alrededor, estoy seguro que lo encontraras…
 
 Hay cosas increíbles… Y son gratis…
 
 Diego Valdivia.
 
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