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Empezaron los preparativos, hay un ambiente de pesada agitación en toda la casa: hay que arreglarte, ponerte tus mejores galas; ¡Quien sabe que vaya a pasar de aquí en adelante!, empiezas un viaje largo, casi eterno; estoy a tu lado, pero no comparto tus emociones, parece ser que soy la única persona que conoce realmente tu secreto, que puede sentir aun tu miedo.


El revuelo continúa por horas, tal pareciera que quieren compensar el tiempo perdido, hay murmullos y exclamaciones, todos corriendo; de pronto, el pánico se apodera de los que se mueven junto a ti: ¡Se perdió tu vestido!, eso no puede quedar así, estás casi lista, la cara maquillada de forma muy natural -no hay por que exagerar, después de todo, solo pasa una vez en la vida-; el cabello recogido en un pulcro lazo, con unos mechones en la frente -¡Qué linda se ve, parece un ángel!, exclaman las tías-; los labios de un rojo claro, entreabiertos, casi esperando un beso de él… Regresó la calma, tu despistada prima había dejado el valioso vestido en el carro; todos se apresuran a vestirte, ¡te ves tan frágil!, suben el cierre y acomodan el escote del cuello -tienes que verte perfecta, ¿qué dirá la gente si te ves mal?-, los toques finales al maquillaje y un poco de “spray” en el cabello y ya estás lista; todos retroceden y observan su “obra”, no te mueves, dejas que te admiren, que graben esta imagen en su mente.


Salimos de la casa y nos dirigimos a la capilla -tu vas sola en ese auto tan grande y elegante-, risas huecas salen de los diferentes autos que llegan casi uno tras otro; bajan las tías con sus esposos sumisos, los primos con sus parejas, los casados con sus hijos, todos vistiendo sus mejores galas: vestidos largos, cortos, pantalones impecablemente planchados y camisas de cuello almidonado; suspiros que lleva el aire, junto con algunas risas -¿o serán lágrimas?- reprimidas.


Camino junto a ti -no voy a dejarte sola ahora, te lo prometí hace mucho-, todos se saludan, sonríen tímidamente, casi con miedo de interrumpir la atmósfera de solemnidad que hay en torno a este día -todos pensaban que faltaba una eternidad-; nadie viste del mismo color que tú -claro, sería una falta de respeto-, hay un mono cromatismo, tal vez se pusieron de acuerdo antes de salir de casa; eso si, ningún modelo se repite, tal pareciera que fueron de compras exclusivamente para un día parecido… el negro es el color de moda… entramos, tu encabezando el cortejo, pálida, con el semblante lleno de tranquilidad, y todos caminado detrás de ti; hay lágrimas, frases vacías y ecos hipócritas; llegas al frente, ¡tan hermosa y blanca!; él te recibe -curva los labios en un dejo de sonrisa triste-, intenta formar una cruz, pero las manos le tiemblan, tal vez de impotencia, o tal vez por remordimiento, bien sabe que es tan culpable como los demás; baja la tapa del féretro, si querer mirar esos ojos cerrados, tan pacíficos ahora, e inútilmente se pregunta ¿por qué?; comienza la función, un rito de hipocresías sutiles, todos muy quietos, con la vista al frente, mirando sin verte; creen representar la viva imagen del dolor sin mucho éxito, unos aburridos, otros renuentes, y otros tantos quisieran desaparecer bajo el tedio de una sala silenciosa; a nadie parece importarle que apenas tengas 22 años, nadie toma en cuenta que hoy es tu cumpleaños, ¡hermoso regalo!, se cumplió tu deseo, toda una familia reunida junto a ti, dando una mísera fracción de su tiempo, a nadie le importa, incluso así vienes a arruinarles su día…

Aclaro mi garganta, un incómodo silencio se asienta en torno al sermón de la vida eterna; paso la vista de tu figura oscura a los presentes; las tías presumen de llorar sin control, observo a los primos, tienen la cara seria, resultado del aburrimiento; uno de ellos murmura que va por café mientras trata de pasar entre los niños que se han quedado dormidos sobre la alfombra -y pensar que en unos meses habría uno más-; recorro despacio la sala y me encuentro de frente con ella, no es capaz de dar la cara, tu hipócrita y desentendida madre se acerca llorando, preguntando al aire por que tu y no ella -que ironía, pues ella fue quien te dio la idea-; ¡mentirosa, no tiene por qué presentar una falsa cara de amargura!, no tiene derecho ni siquiera a juzgarte, como lo hizo toda su vida, todos saben bien que nunca le importaste, que ella misma te dijo días antes que deseaba que nunca hubieras llegado a importunar su vida, su libre, frívola y vacía vida...


Suspiro sin poder hacer nada, ni una lágrima, ni un solo lamento, jamás te dije “lo siento”, y sería igual a ellos si lo hiciera ahora que ya no hay vuelta atrás... Incluso al final, estas como toda tu vida...

Texto agregado el 07-04-2006, y leído por 215 visitantes. (0 votos)


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