Mi mujer es mi plectro, es mi savia, es mi sueño, mi fortuna, mi todo… mi mitad; su simpleza cala el pecho dejando el corazón descubierto y lo sazona con pétalos de flores primaverales y perfume dulce.
Mi mujer camina por el techo de mis ideales arreglando cada agujero para que en los tiempos de lluvia no existan goteras de miedos ni me anegue de incredulidades, es la restauradora de mis fracasos y miserias.
Mi mujer llena el aire de mis pulmones con canciones románticas y pretéritos conjugados; bajando con sus patines rosas por cada vena limpiándolas de soledad de tristeza y de rabias, hamacando mis plaquetas para que se pacifiquen.
Mi mujer conoce la contraseña de mi cerebro y juega con él cambiando los caminos de las neuronas haciéndoles el paseo más fácil y hermoso, llevándolas por parajes desconocidos e iluminados, dándoles paz.
Mi mujer despierta pasiones muertas y necesidades oxidadas y con un solo mirar, con solo levantar levemente su ceja izquierda o tan solo caminar hacía la puerta, detenerse y doblar en un mísero grado su cuello me repleta de libido.
Mi mujer no es perfecta, ni cercana está de ello, pero es ella, natural y defectuosa, pero es ella, con miserias y pobrezas, pero es ella, independiente y soberbia, pero es ella, coqueta y desinhibida, pero es ella, loca y grave, pero siempre es ella.
Mi mujer atrapa mis deseos y los convierte en realidad, jugando con ellos a la ronda y dándole jugo de mandarina para que se refresquen; construye caminos rasos y expeditos de piedras para que no tropiece, eleva rascacielos de pan tostado con mantequilla de campo para que mi alma se alimente y seca mis ojos de penas y lágrimas de dolor…
… lo único malo que puede decir de mi mujer, es que aun no la conozco, aun no llega a mi vida, aun no me dice por prima vez “hola, un gusto, mi nombre es…” |