... nunca supo lo que era un disfraz y, aunque le habían asignado uno, no aprendió a llevarlo como se debía.
El siguiente en caer fue precisamente él, el Río, o Nech, como solía llamarlo Pietro Daneri. Tengo que admitir que no fue difícil. El pobre diablo nunca supo lo que era un disfraz y, aunque le habían asignado uno, no aprendió a llevarlo como se debía.
Su nombre era Lorenzo Alvarado. Supuestamente, un tipo aplicado, de aspecto nerdesco, casi llegando al extremo de ridículo. He de aceptar que al comienzo me pudo engañar, e incluso me causo lástima la forma en que los demás lo trataban. Hubo una vez, en el baño, en que Piedra lo acorraló contra la pared y le dio una patada en los testículos, que debió dolerle hasta el alma, aunque ahora no estoy seguro si sólo fue una actuación preparada de los doce, para mí.
Sin embargo, con el tiempo me fui percatando de las dos caras que guardaba Lorenzo Alvarado, el Río, un sujeto más bien ruidoso, inoportuno, imprudente, un completo imbécil.
-El río es sólo ruidoso- había dicho Félix Galdós en una de sus proverbios noctámbulos.
Aquella careta de nerd sólo le duraba en las horas de clase. El resto del día, se las pasaba haciendo las mismas pendejadas que podría hacer cualquiera, y eran tan obvio, ese tartamudeo fingido, y el resto de clichés que no sabía llevar bien.
-Será suficiente.
-¿Suficiente qué?-le pregunté a Pietro Daneri.
-La preparación. Necesitabas saberlo. Ahora lo sabes. Pero no sé si será suficiente. Deberás verlo con los ojos.
-¿Ver qué?
Daneri me miró, serio.
-Eres un hombre en su esencia: cuestionador.
Sólo sonreí.
Los días atravesaron su curso en el claustro en donde nos encontrábamos todos: los doce, los estudiantes corrientes, yo. Eran los doce meses del año, eran las doce figuras del horóscopo mochica, eran las doce sombras sin descubrir que me había guardado el destino.
Era clase de Álgebra cuando llegó la nota a mis manos: .Una vez más. El mismo sitio. Sabes la hora, Santiago Armas. Pietro.. No hacía falta confirmarle mi presencia con los ojos, él sabía que no faltaría, porque era una de esas sesiones secretas, sobre el secreto más secreto de todos.
El ángel sin alas esperaba como todas la sesiones, en el mismo pilar abandonado. Pietro Daneri apareció a la hora acordada. En una mano llevaba la bolsa donde guardaba los pallares mochica. Fue cuando le hice la pregunta:
-¿Sabes quiénes son?
Era lo más lógico del mundo: Pietro Daneri era uno de los estudiantes más antiguos del colegio. No tenía idea de cómo no se me había ocurrido antes. Tardó un momento en responder.
-Ni siquiera uno de ellos, sabe la identidad de todos. Te lo puedo asegurar- fue todo cuánto dijo.
Luego ordenó, como de costumbre, los pallares mochica. Me lo dijo:
-Deberás verlo con los ojos- me miró sin inmutarse-. El viernes, a las once, cuando todos se hayan ido a la cama. Aquí mismo.
Asentí con la cabeza. A la hora de acostarnos, todavía me preguntaba a qué se refería con "verlo con los ojos". |