Patria es humanidad

José Martí

Qué rápido habían transcurrido los años. No entiendo cómo soy capaz de recordar tantas cosas post-nacimiento y sin embargo no recuerdo cómo fue mi primer día de clases. Sólo me acuerdo del comienzo. Muchos niños de mi edad llorando. No me dejes mami. No te lo vallas. Pero yo no dije nada de eso, todo lo contrario, estaba feliz como muy pocos. Mamá: cuando vengas por mí te tlaes a Dinki y luego me, me complas unas papas con, con, co- con mucho chile y salsa y luego con mucho limón y también me complas un boing poque sino se me atola y me luele aquí, mila, aquí. Si, mi pillo, lo que quieras, sólo pórtate bien y no te vallas con nadie. Pelo me lo complas, vale?. Claro, mi pillo. Toda mi infancia me dijo pillo, es un detalle que nunca podré olvidar. Un detalle que hacía que me sintiera en una familia grande, como lo decía mi padre. Pero él lo decía para referirse a los negocios y demás, no para resaltar lo caluroso del ambiente familiar. Y rara cosa, a pesar de la economía tan buena, yo asistí a pura escuela de gobierno, claro, siempre muy bien vestido. Pero en el jardín de niños el uniforme era obligatorio, desde el primer día, ese día en que entré y no recuerdo nada más. Pero ya, tomando en cuenta mi época de kindergardiano, lo primero que recuerdo es la bandera nacional. Un momento que esperé durante mucho tiempo, un momento para el cual mi padre me había preparado con mucho entusiasmo. Mira hijo, esta es la bandera. Era un pinche foto del zócalo, pero el zócalo tiene esa banderota que en ese momento yo veía tan pequeña como un código de barras. Y llegará un momento en que la tengas frente a ti y tienes que hablar con ella, decirle todo lo que quieres, decirle que la amas, que por ella darías la vida. Fue la primera vez que me enamoré. Y para decirle todo esto, basta con aprenderte una canción: a ver, repite después de mí. Claro que comencé a repetirlo. Mexicanos al grito de guerra, el acero aprestad y el bridón. Y continué hasta que llegó una parte que me ha dejado marcado: Y tus templos, palacios y torres se derrumben con hórrido estruendo, y tus ruinas existan diciendo que de mil héroes la patria aquí fue. Cuántos y cuántos personas han pasado antes que yo y han dejado una huella del tamaño de esa gigantesca piedra que puso en riesgo la vida en la tierra, del tamaño de tu corazón. Cuando vi la bandera no lo aguanté más y mientras las maestras hablaban a los niños y les trataban de enseñar ese canción de amor que han denominado Himno, yo la cantaba, solo, mirando a los ojos del águila, diciéndole con cada estrofa lo tanto que la quería, lo tanto que la necesitaba, lo orgulloso que sentía de que ella fuera mi tierra. Piensa, Oh patria querida, que el cielo un soldado en cada hijo te dio. Me quedé tan impactado, continué cantando hasta que una maestra me dijo: mi niño, ya acabó, felicita a tus padres de mi parte, muy rara la vez le hablan a los niños sobre el amor a la patria. Y claro que felicité a mi padre y a mi madre y me comí mis papas que estaban empapadas de salsa “valentina” y le di una al Dinki y en la noche en lugar de persignarme me puse a cantar el himno nacional. Desde ese día a diario me compraban mis papas con mucha valentina y, también, desde entonces he sido un patriota empedernido.