Observó el papel alrededor de sus muñecas, intentaba vanamente detener el flujo sanguíneo que su portadora había desencadenado por si misma cegada por el placer masoquista de un cálido dolor en su antebrazo. Todos amamos los contrastes, las luces que resaltan casi angelicalmente en el cielo nocturno, las clasificaciones y divisiones, ella amaba el resultado de mezclar un rojo vivo con sus pálidos brazos y después verlo alucinante en el blanco inmaculado del papel, le veía dulcemente admirando su belleza casi macabra, la prueba de que está viva y respirando, que su sistema aun funciona, estaba ahí, tatuando un pedazo de materia inerte.


Pero después de un tiempo la viveza carmín se extinguía y expiraba en un blanco muerto de antemano, se le secaba la vida y se volvía marrón, cada vez mas oscuro, más silencioso, y la dama en cuestión simplemente se empolvaba las mejillas hasta palidecerlas y dejarlas rosadas para ver si así la inocencia se pasaba por su balcón a media tarde.



La traición que suele corromperle el alma de madrugada no es otra sino aquella que engaña a la propia soñadora, le miente en los espejos diciéndole que la vida se extingue y se añeja en el corazón de quien no siente. Vuelve entonces desesperada en busca de un beso del frío metal y se abre las puertas de las venas para que le empapen los brazos de escarlata y le griten frenéticamente al tiempo que la vida sigue ahí, nunca se ha ido, aun después de un cuarto de siglo de angustias o más de doscientas lunas recorridas, pero aquella moradora interna le devuelve la bofetada con el proceso de reconstrucción, la herida abierta va menguando y una tímida cicatriz se hace presente para detener el baile histérico de la sangre, al terminar el proceso celular no queda sino una mancha marrón en su suave piel.



Entonces se derrumba a pensar otra estrategia que la ayude en su guerra intemporal contra el enemigo que habita dentro de si, el que quiere envejecerle los días a destiempo con exigencias más allá de la posible, le sobrevuelan en la cabeza vagas imágenes de mañanas domingueras en una parroquia blanca, de blancos ángeles y vírgenes aperladas, los cuentos eclesiásticos le devuelven la idea de los contrastes y puedo observar de nuevo a Eva con su piel de porcelana sosteniendo entre sus manos una roja manzana que ha de condenarla a un fuego eterno, al lugar de donde el rojo proviene, espacio eterno de llamaradas pasionales, el castigo es rojo, roja la sangre que sostiene a la vida hasta que se seca y el envejecimiento marrón le da un aspecto casi romántico, inexpresivo, de lúgubre resignación al paso del tiempo.



Y antes de comenzar el ciclo interminable de preguntas necias y respuestas elevadas se responde la intriga al colocarse tan cerca del espejo que casi puede sentir la respiración de la que le observa, se ve a si misma detenidamente y se da cuenta de que no tiene matizes, es blanca, es una hoja de papel esperando a que la vida la entinte, pero la tinta es superflua puede borrarse, matizarse, cambiar, el fondo no lo hace, puede envejecer pero la vida fluira mientras su alma cante internamente, nuestra dama se da cuenta de la inutilidad de buscar tendencias opuestas en un cuerpo armónico cuya naturaleza es el equilibrio, la convivencia de los contrastes, la mezcla del todo, de la paleta entera de tintes termina en un blanco resultado, no importa si es un escarlata puro y brillante; un rosa disimulado; un marron añejo, la respuesta es la misma para cada pincelada, nada permanece en una forma, la vida cambia fluye y muta, se oxida y renace, el temor al cambio solo aumenta la angustia y detiene el goce.



Entonces soltó la navaja y comenzó a pensar que la unica prueba de su existencia se mostraba más facilmente con el simple sonido del latir cardiaco bombeando carmín oculto bajo su blanca piel