&uteLos erizos que se comen con gusto en algunos lados de Marsella son rojizos, casi rosados. Tienen pequeñas púas brillantes y son redonditos. El caparazón es suave, así que se les puede cortar por la mitad con una tijera normal, sin necesidad de ser brutal. En su interior se encuentra una carnita babosa y apestosa. Huelen a un mar concentrado de algas con todas las especies de bichos marinos apestosos. El sabor es igual. Se come con un pedazo de pan blanco, el cual se remoja en la carnita babosa del erizo y sin ninguna especia ni limón va directo a la boca. A los franceses de esa región les gusta. En gustos se rompen géneros. A Jefferson le contaron que ese gusto estaba reservado para los pocos que saben cómo pescar los erizos y en dónde. Jefferson no es gringo. Viene de Joctzilzingo, un pueblo perdido en la Sierra Madre de México. Sus rasgos faciales concuerdan con las pinturas mesoamericanas de rostros desconocidos. Sus padres lo bautizaron con ese nombre en un acto desesperado por salvarlo del racismo nacional. No le ayudó. Se dio cuenta de la realidad cuando un güerito llamado Xocotl obtuvo un puesto en el banco que a él unos minutos antes le había sido negado. Por razones que no vienen al caso contar fue a dar a Francia, siguiendo la huella de amor que una turista francesa le dejó. Conoció a la familia de ésta y la familia lo conoció a él.

-Eres mexicano ¡Siesta! ¡Otra cerveza poggrrr favoggrr! ¡Segnogrritttasss!

Jefferson creyó que estaban entrando en confianza.

El domingo lo invitaron a pescar erizos. Jefferson, por quedar bien con Caroline, aceptó.

Salieron de la ciudad. En el camino pasaron por un barrio de árabes. La tía, que sabía también hablar castellano, le dijo:

- Este segrr un baggrrioo de agrabés. Son sucios y mugrosos, una plagga.

Jefferson asintió con la cabeza.

Después de un par de horas de trayecto llegaron a unos arrecifes típicos del mediterráneo, de piedra blanca pomosa. Bajaron a pie por la rocas afiladas hasta llegar a la orilla de un mar claro, tan claro que se podían ver los erizos en el fondo. El fondo tenía por lo menos ocho metros de profundidad.

El papá de Caroline, el tío y el hermano, se pusieron un traje de buzo, sin tanque de oxígeno. El agua es helada, le dijo uno de ellos. Cosa curiosa, pens; Jefferson, hace mucho calor.

Lo invitaron a participar en la pesca. Su primera reacción fue decir no, pero vio los ojos orgullosos de Caroline, la boca burlona de la tía y la claridad del agua. No puede ser tan peligroso, pensó.

Jefferson no sabe nadar.

Se puso el estrecho traje de buzo, los lentes y el tubo de plástico. Entró al mar. Le sorprendió la facilidad con la que podía flotar. Nadaba sin saber cómo, sin hundirse. Bajemos por los erizos, ordenó el tío. Como delfines mostraron el culo, después las aletas de los pies y desparecieron. Jefferson siguió el ejemplo. Se hundió cual plomo. Curioso vio cómo se acercaban los erizos a su rostro. Entre más bajaba más fuerte sentía la presión en los oídos. Pánico. Quiso regresar a la superficie. No sabía cómo. De repente comprendió por qué el agua es tan clara y helada: la corriente.

En las profundidades del mediterráneo habita ese lobo hambriento. El lobo se lo comenzó a comer a grandes mordidas. Los otros no se dieron cuenta del accidente por lo entretenidos que estaban en filmar en video la pesca de lo erizos.

El cuerpo de Jefferson flotó sin vida durante varios días.

Unos pescadores lo encontraron cerca de Marruecos. Creyendo que era uno de los suyos, sin duda muerto al intentar alcanzar ilegalmente las costas europeas, lo enterraron a la musulmana.