Está todo muy oscuro. Me cuesta respirar y me cuesta ver. Esto me parece familiar, creo haber estado aquí antes, pero no me puedo mover, lo que impide que pueda mirar, y la oscuridad no ayuda tampoco. ¿Que cómo sé donde estoy? No lo sé. Llámenlo intuición.

Intento recordar cómo llegué aquí y sólo puedo recordar la salida del cine. Vimos una película mala, me quería ir en la mitad, pero era la segunda vez que salíamos, y no podía arruinarlo. Estaba tan aburrido que hasta las cabritas sabían mal -lo tendré en cuenta para la próxima vez. Pero lo disimulaba bien, me hacía el interesado en la película, como si alguna vez hubiera encontrado interesante a Woody Allen. Me sudaban las manos y tenía sed por culpa de las malditas cabritas. Y pensar que la primera vez que salimos habíamos ido a tomar jugo.

Ella era linda. Pequeña, pelo oscuro y liso -mi favorito- y ojos pequeños, que daban la impresión que eran cafés, cuando en realidad eran unos hermosos verde oscuros. Era mayor que yo por varios años, seis ó siete creo, no lo recuerdo bien, pero siempre encontraba la manera de hacerme ver menor, y yo de decirle que estaba vieja. Nunca supe cómo aguantaba mis bromas. Eran horribles, no hacían reír a nadie. Nunca fui gracioso, pero ella siempre los celebraba. Quizás era por lástima, o quizás su sentido del humor era peor que el mío. A mi me gustaba su sentido del humor. Se ponía idiota por todo, claro, pero también su humor era espontáneo, sumamente liviano.

Me está dando frío aquí adentro. La chaqueta que traigo puesta es delgada. ¿Por qué no me habré puesto mi chaqueta larga? De seguro no estaría reclamando por el frío de habérmela puesto.

Tenía un hijo. Era pequeño aún, pero nunca lo llegué a conocer. Nunca quise ir a su casa. Qué fobia ir a una casa ajena… ¡Dios mío! Lo mencionó un par de veces, ella quería que conociera su casa, pero siempre lograba cambiar el tema. Le costó mucho contarme de él -si mal no recuerdo, Esteban-. Nuestra diferencia de edad y la idea de que yo arrancaría al saber de su existencia le provocaban sentimientos encontrados sobre el tema. Se vio sorprendida al ver mi confianza y madurez cuando me lo dijo, después de todo, alguien con diecisiete años, recién salido del colegio y sin demasiada experiencia en la vida, tener la madurez que yo tenía era para asombrarse. Había estado sola desde que el niño nació, en realidad hasta que el tarado del padre supo que ella estaba embarazada, y de no ser por su tío, que la ayudó en todo lo que pudo (por lo que me contaba, ni su familia directa lo ayudó, y qué decir de la familia del padre), ella no habría llegado a ninguna parte.

Aún tengo frío y aquí sigue oscuro. Ni siquiera tengo un encendedor para saber donde diablos estoy.

Yo le escribía cartas. Cartas largas, y sin sentido. Hablaba de miles de cosas, una más insignificante que la otra, pero ella siempre me respondía todo, me aconsejaba en todo, como una hermana mayor, aunque yo ya no la viera así. Yo la amaba, la quería para mí. A pesar de la edad, a pesar de que no estuviera a su altura, a pesar de todo, la quería para mí. Pero ella nunca me vio así. Tan solo era su amigo, su secreto, su confidente, uno de los pocos en el cual podía ser ella, llorar sin temor, y ser estúpida sin tener que dar explicaciones, poder tener veinticuatro años y ser infantil, y por un momento olvidar que la vida la había abandonado. Pero para mí, no era suficiente.

La dejé en la salida del cine, pues íbamos en caminos separados. Yo, aterrado por no poder acercarme a besarla, dejé que se fuera, mientras caminaba hacia el otro sentido, creyendo que moriría por no haberle dicho. Tanto pensaba en eso, que no vi el bus venir hacia mí.

Las flores y la tierra encima de mí empiezan a hacerme sentido.