La ultima vez que fui a Brasil se despertaron en mi sentimientos extraños, me encontraba pues, en una plazoleta caminando cuando de repente sentí que lo que estaba pasando ya lo había vivido, eso que llaman “dejavu” (creo que así es que se escribe), en mi cabeza llego aquella calle llena de colores mágicos que veía cuando era estudiante de universidad, así que decidí pararme y volver a vivir ese momento tan maravilloso, camine ese día en ese momento por aquella calle alumbrada y sentí que esos colores mágicos me hacían cosquillas en el cuerpo invadiéndomelo de un escalofrío penetrable, aquellos colores ya no los veía, ya no estaban por ahí, estaban dentro de mi y lograban moverme de tal forma que nunca podía habérmelo imaginado. Sin quererlo me encontraba bailando sin cesar y frente a mi, haciendo un circulo un grupo de personas reía y me seguía con las palmas, yo era el centro y no me podía detener, no quería detenerme. Mis odios estaban excitados al son de las palmas, de la música penetrable, pero sobre todo de las risas de la gente. No me daba pena, me bote al piso y como si fuera una entrenadora de aeróbicos, tres niñas un niño y un anciano hicieron lo propio, y, me siguieron, ya no era yo solamente, eran todos, todos se habían contagiado del insaciable sabor de los maravillosos colores mágicos de aquel hermoso día.