Lujuria.
Estoy con él, nuestros cuerpos disímiles tendidos en diagonal sobre la cama, entre sábanas y almohadas.
Comienzan los besos colmados de lujuria por las cómplices humanidades que se encuentran entre un amanecer cubierto de nubarrones, somos capaces de subir la temperatura de todo el cemento que tapiza la ciudad.
Entre caricias recuerdo lo mucho que quiero a ese hombre, lo que sería capaz de hacer por su persona y el pacto oculto de amantes que acordamos.
Todo el cariño se me transforma en necesidad carnal y en deseo insaciable, me encuentro en bragas frente a él, me maneja a completa disposición y en un segundo estoy sobre él, recorro su rostro con mis labios, poso mi lengua con movimientos ondulatorios en sus orejas (conseguí perturbarlo).
Ambos estamos en éxtasis y las palabras sobran, los cuerpos mantienen una actividad oscilatoria constante, sus genitales rozan persistentemente entre mis piernas buscando el umbral de mi organismo, ya cubierto por secreciones.
Me envuelve un velo inquietante de sensaciones, estoy en camino a una experiencia desconocida, siento que no soy parte de esa cama, ni de ese cuarto, ni de ese departamento, ni del mundo. Lo único que quiero es que el estremecimiento que siento no se desvanezca.
No tengo conciencia de mi cuerpo, aprisiono su existencia contra mis pechos, trabajo con agilidad sobre su órgano sexual, siento una especie de descarga eléctrica que me recorre entera, ambos emitimos sonidos de placer.
Alcanzo un clímax indescriptible, paso de una visión abúlica de la vida a un placer exquisito, concebir tanta excitación en mi interior me resulta una experiencia gloriosa.
Todo ha pasado, y nos observamos con idolatría, confiero un suspiro de fruición al entorno y me encuentro extenuada por magno acontecimiento.
Somos dos apasionados que se encuentran entre miradas de la gente, que buscan un lugar para deleitarse con el pecado más grande y hermoso del ser humano, La Lujuria.
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