Al cabo de una carretera estrecha, circular, tapizada en polvo y ceniza, el carro no quiso volver a arrancar. La batería. Los circuitos. Los cables. No rodaban las ruedas, el pito enmudeció para siempre, los cilindros se habían fundido en miel de abejas. Ella se bajó y puso sus ojos en las nubes, para ver si había una explicación, o una tormenta.
Con un sonoro portazo, él se fue a buscar un mecánico. Caminó ocho kilómetros, atravesó una quebrada, preguntó a diestra y siniestra hasta llegar al pueblo más cercano. Nadie daba razón de un mecánico. Cansado se derrumbó y pasó la noche en una banca de la plaza principal.
Al día siguiente deshizo sus pasos, y desde la lejura del calor divisó de nuevo el carro. Azul petróleo. Puso sus manos como visera para atenuar la luminosidad excesiva, y contempló a su mujer, que abrazaba a un hombre desnudo, completamente desnudo. El capó estaba levantado, una caja de llaves de copa le devolvía todos los reflejos del sol, los que hubo y los que vendrán, todos, hasta el último.
• Basado en “Nosotros” minicuento de Antonio Beneyto, “Mamíferos, himenópteros y ofidios”.
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