La tarde anterior, papá me llevó a una tienda de disfraces y me compró una falda de vuelo, unas enaguas y una pamela. Hacía mucho frío y después nos fuimos a tomar chocolate con churros a la cafetería San Ginés. Se hizo tarde y cuando llegamos a casa mamá estaba muy enfadada y discutió con papá. Comenzamos a cenar en silencio, con mucho ruido de cuchillos y platos. No tenía hambre y el pescado era una bola que tragaba con sorbos de agua. En el postre, papá le sonrió a mamá y ella respondió con otra sonrisa. Entonces él dejó la naranja sin terminar y fue al dormitorio a por la caja y le enseñó la compra. Mamá dijo que no podía ser, que yo debía ir de hija de su amiga Cristina, que se lo había prometido. Volvieron a discutir y al final me fui a acostar y lloré un rato antes de dormirme.
La tarde siguiente, mamá me dividió el pelo en cuadraditos que fue trenzando con unos lacitos de colores. Luego me vistió con una camiseta blanca y un mono azul de tirantes, me pasó una esponja manchada de negro por la cara y las manos, y me puso un sombrero de paja en la cabeza. Salimos juntas de casa, ella con un traje verde y blanco y una pamela, como una dama sureña, yo a su lado, como la hija de una esclava, pero sin darme la mano para no mancharle los guantes.
Delante de nuestra carroza estaba la de las brujas y las hadas donde iba Beatriz con un vestido largo lleno de estrellas de plata, y una varita en la mano. Yo procuraba esconderme detrás de mamá pero cuando ella se agachó a coger un puñado de caramelos para echarlos a las aceras, Beatriz volvió la cabeza, me vio y puso cara de asco.
Después del desfile, su amiga Cristina y yo, quisimos volver a casa, pero mamá se empeñó en llevarnos a tomar un refresco. Al entrar en el bar, vimos a Beatriz con su madre, nos acercamos a saludarlas y acabamos sentadas en la misma mesa. De todo lo que me puso mamá, lo que más me disgustaba eran las dos botas sucias y sin cordones que Beatriz no dejaba de mirar mientras yo sorbía mi batido de vainilla con la cabeza gacha. Tenía muchas ganas de llorar pero me aguanté.
De vuelta a casa, iba muy enfadada y estuve pensando en lo que haría por la noche. Esperé mucho tiempo. Primero fue la cena. Luego mamá le contó a papá todos los detalles del desfile. Después silencio. Me levanté y fui descalza para no hacer ruido, al cuarto de estar. Abrí el costurero, cogí las tijeras y entré en su habitación. El vestido estaba sobre el respaldo de la silla y levanté una manga para cortarla. Entonces escuché un silbido bajito. Miré hacia la cama. Ella dormía abrazada a papá. Él negó con la cabeza y cerró los ojos. Solté la manga, salí de la habitación, dejé las tijeras en su sitio, volví a la cama y lloré mucho. Antes de dormirme, sentí que la quería.
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