Se supone, o al menos así lo han señalado los expertos, que una de las funciones del Yo es la capacidad que tenemos para diferenciar el “si mismo” de los objetos que se hayan en la realidad externa. A esa función se le llama vivencia del Yo como diferente a los otros y al ambiente (no-Yo). En el caso de una patología mental grave, como una psicosis, esa función se vería alterada; el loco no es capaz de diferenciar su realidad interna de la externa, es mas, no es capaz de distinguir lo que son sus propias vivencias de las del resto, esta despersonalizado.
Ahora bien, saliendo del campo de la psicopatología, esta vivencia del Yo es para mí mucho más que un criterio para diagnosticar si alguien esta en su sano juicio o no, creo que la noción de límite nos lleva a situarnos en una experiencia humana fundamental: la pérdida y el encuentro. Dos vivencias que en su tensión y contraste nos revelan el sentido de los espacios, ritos, despedidas y relaciones. No es trivial que nuestros tiempos tengan inicios y finales; la finitud de cada uno de nuestros actos y la de nuestra propia vida no sólo representan la necesidad de una zona de contacto, sino la esperanza del reencuentro.
Por obvio que parezca un encuentro se tiende sobre dos extremos: un comienzo y un final. Exploramos desde la primera mirada la posibilidad de dirigir un sentido al contenido de esa instancia y el circulo de cierra cuando damos por terminado ese espacio sagrado. Perdemos al otro, y es en esa perdida que la esperanza nace bajo la promesa entrelineas de volver a tocarnos en un nuevo comienzo. Se toca el límite con el sabor doloroso que es dejar de estar, saber que se abandona la proximidad del otro y que volvemos a sentir ese espacio esperando una próxima vez. La distancia entonces nos devuelve el deseo irrefrenable de rozar, desde el recuerdo, la posibilidad de hallarnos tendidos nuevamente entre un comienzo y un final. Nos perdemos y sin vacilar tocamos el límite, pues sabemos que sólo probando la finitud estaremos a un paso de la trascendencia.
Noción de límite es el sentido mismo del encuentro. Se pierde y la finitud cae como un telón entre dos miradas. Nos duele y lloramos, pero sabemos que el sabor a muerte no es casual ni masoquista. Comprendemos que el valor de ese instante sólo en posible cuando llega el final; en nosotros vuelve a nacer la necesidad de reencontrarnos.
Ante todas las resistencias, siempre terminamos hallándonos.
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