¡Venga Va!
Ya está bien colocado. No, espera, un poco más atrás. Aquí está bien. No puedo fallar. Tanta gente mirando. Miles de personas deseando que lo meta, otros cuantos deseando que pifie.
Por qué se acerca. ¡Vaya hombre! Por qué habrá tenido que cogerlo. Y ahora le da un beso. ¿Lo has manoseado a gusto? Pues ahora devuélvemelo. ¡Con lo bien que lo había colocado! Seguro que ya no queda igual. Ha conseguido ponerme nervioso. Tengo que concentrarme, no soportaría el ridículo de fallar.
¿Pero, qué es eso? ¡Dios santo!, ¡cómo ha crecido! Parece que ha engordado cien kilos. No veo ningún hueco; un balón de este tamaño, un portero que abriendo sus brazos llega a los postes y que da con la cabeza en el larguero. Imposible. ¡Es imposible!
¿Cómo puede estar tan tranquilo mientras a mí los nervios me corroen?
A la izquierda, a la derecha, por el centro, sí mejor por en centro porque seguro que se tira hacia algún lado. Trataré de engañarlo, pero y si no se mueve. ¿Qué puedo hacer si no se mueve? Lo lanzaré a su derecha. No hay mayor ridículo que lanzar un penalti por el centro, el portero haga la estatua y lo detenga.
Por favor, toca ya el silbato para salir de este martirio.
Míralo. ¡Qué bien lo ha colocado! Habrá que hacer algo para ponerlo nervioso. Cojo el balón y le doy un beso. Ya viene a quitármelo. Toma hombre, todo para ti. ¡Qué seguro está, qué tranquilidad!
Lo ha vuelto a colocar en el mismo sitio. Pero, ¿Qué ha puesto sobre la cal: un balón o una pelota de tenis?
Ya estoy bajo los palos. ¿Qué alguien me diga cómo detener el penalti? Imposible. ¡Es imposible! A mi izquierda hay una portería completa, y a mi derecha otra enterita.
Creo que me quedaré quieto, sin moverme. Pero, y si lo tira despacito a un lado. ¿Qué pensarán de mí? Me tengo que lanzar a la izquierda o a la derecha. ¿Si me trata de engañar, voy hacia donde haga su amago o al lado contrario? ¡Qué horror! No sé qué hacer. ¡Señor que pase cuanto antes este calvario!
Por fin sonó el silbato.
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