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Me considero, desde hace varios años, por no decir muchos, una victima de eso que llaman amor. Uso la palabra víctima, porque siempre me ha agarrado por sorpresa, en los lugares menos esperados y con las personas mas variadas, incluyendo esas que ha uno nunca se le hubiese pasado por la cabeza siquiera que le podrían llegar a agradar. Por lo que no puedo decir que tenga un prototipo de hombre al cual aspiro, ya que el amor, se ha encargado de una forma muy eficiente de elegir a los más variados candidatos.
Como decía, me siento una víctima de ese sentir que me ha sometido a sus diferentes características y manifestaciones. Así he experimentado su parte tierna, en donde uno da todo a cambio de nada, y cada palabra susurrada al oído te transporta a una especie de nube de la que uno se queda colgado, mientras camina por la calle de la mano de la persona de turno, sintiendo que todo en la vida está en el lugar correcto, por lo que es imposible dejar de sonreír.
También he quedado entrampada en su locura, una locura sin límites, que me ha llevado a hacer cosas terribles por conseguir que “esa persona”, se enterara de que yo existía, y he estado totalmente decidida a someterme a todo tipo de humillaciones por conseguir el objetivo anhelado, el cual ha variado desde lograr una mirada asta un beso. Aquí debo admitir que el esfuerzo sirvió algunas veces, otras no.
Como ya se sabe, el amor también es ciego, por lo que puedo aseverar con un poco de vergüenza, que he caído en las redes de tipos torpes, sin gracia, además de desagradables físicamente, por supuesto, a los cuales después de la deshidealización posterior a la famosa fase de enamoramiento, he tenido que dejar con cierto desprecio, a lo que le seguía por lo menos una semana de cuestionamientos del estilo: “¿Y a eso que le vi?”.
Por otro lado, como es inevitable, he sufrido por amor. Algunas veces me ha arrastrado a una abulia que he durado meses, en otras ocasiones a llantos interminable, a reproches exhortativos que me han perseguido sin tregua. Ese sufrimiento algunas veces moría dentro de él mismo, quizá por cansancio, y otras veces devenía en un odio que solo se podía equiparar al amor que había sentido por esa persona.
Si bien he vivido todas estas cosas, y otras que no vienen al caso, puedo decir que lo que me pasa ahora, no lo había experimentado nunca. Lo podría definir como un simple y puro capricho del amor, algo que no tiene ni pies ni cabeza, algo sin un porque ni un para que, sin fundamento.
Para resumir toda la historia, puedo decir que salí con un chico del cual me enamoré perdidamente, como me pasa la mayoría de las veces. Con la particularidad de que no nos llegamos a conectar como pareja, ya que nunca nos dimos los lugares que correspondían en los momentos precisos, por lo que nuestros encuentros terminaban siendo un torbellino de palabras inconexas que se metían donde no tenían que estar, en medio de un tironeo constante para ver quien dominaba a quien, sin que ninguno dominara ni a su propia persona, que se perdía en tanto ir y venir de nada.
Así fue que se decidió no seguir, terminar todo, ya que no iba ni venia, y algo tan estanco no tenía razón de ser.
A eso tenemos que agregarle que al ser una persona allegada a mi por otros asuntos, la tengo que ver asiduamente, y allí se podría decir que radica el problema, o por lo menos lo mantiene. La cosa es que no puedo dejar de quererlo, pero tampoco puedo ser parte de su vida. No es que no lo haya intentado, de hecho lo hice varias veces, pero la ilusión de que podemos ser la pareja perfecta se esfuma inmediatamente después del primer cruce de palabras, generalmente vacío, y con la íntima seguridad de que ninguno de los dos está hablando del mismo tema. Y allí, donde comenzó el intento, inmediatamente termina, volviendo a caer en la cuenta, de que intentemos lo que intentemos, no vamos a funcionar.
Pero, como ya dije, me resulta imposible vivir sin el, porque mi corazón se ha ensañado, y no quiere dejarlo ir. Y al final se le da por latir como un desesperado cada vez que se acerca, haciendo que no sepa que decirle cuando me habla. Como así tampoco puedo evitar que su perfume me transporte a un mas allá, que solo yo conozco. Esperándolo en los lugares en los que sé que va a estar, para terminar por no decirle nada, para quedarme como una total boba mirándolo, sin saber que hacer, sin poder renunciar a él, cuando ya lo he perdido. Me siento totalmente atrapada, en una encrucijada creada por mi misma, sin quererlo, sin desearlo.
Por lo que estoy, como ven, metida en esta terrible paradoja de amarlo aún sabiendo que nunca voy a poder estar a su lado, y con la imposibilidad de olvidarlo, solo por un capricho del amor.

Texto agregado el 03-04-2006, y leído por 144 visitantes. (0 votos)


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