Colgaré por un día
el sombrío traje que viste la tristeza,
habitante continua de mis domingos quietos.
Llenaré de luz la casa, correré las cortinas,
apolilladas de oscuridad.
Enseñaré a mis labios
el cosquilleo incierto que provoca la risa,
entre mi dedo pulgar y mi dedo mayor,
hasta que por si solo
el rostro reconozca el movimiento,
el simbólico gesto que nos separa del dolor.
Vale la pena un día,
algunas horas,
desabrocharse el corazón y saludarse,
como cuando de niños un paisaje,
lograba remontarnos a la gloria.
Vale la pena digo en esta noche,
que los fantasmas rondan por mi casa,
como una multitud desalentada,
porque mi cuerpo no los reconforta
Vale la pena
porque no tan cerca,
vale la pena
porque no tan lejos,
una sonrisa abierta nos espera
para decirnos que casi nada es cierto.
Entonces mas que nunca
vale la pena
colgar este cansancio
en el cuarto donde quedan los recuerdos
y correr hacia la mágica caricia
que nos miente,
para no vernos muertos...