Allí, entre árboles gigantes y nubes expectantes debe expresarse un singular sabor: Algodón.
Su corazón anhela que sea dulce para que la ilusión no se extinga como la chispa del inicio, para que el azar no le juegue una vez más en contra, para que pueda por fin jactarse de la riesgosa y apresurada vorágine que escogió para poder volar. Pero, se sabe que lo dulce cesa por ley, y pronto lo insípido retoma su lugar. Había olvidado su condición pasajera. Decepción, idealismo maldito, auto repugnancia y derrumbe inmediato... una posibilidad. Jamás prevista e indeseada, pero posibilidad al fin y al cabo.
Tampoco existen los algodones perfectos y presuntuosos; los hay rosas, verdes, dulces y muy dulces, tan dulces que pierden la delicadez de su dulzura y poco a poco su sabor. Están también los que fueron víctimas del tiempo al ser arrebatado su encanto, aquellos que fueron adorados en un primer momento por su tierna extravagancia y perdieron inocentemente algunas de sus partículas imberbes por la tediosa rutina de "la situación". Ahora, dulces y amargos en distintos lugares, esponjosos y coloreados en el centro y achurrascados y desteñidos en las esquinas, sin ser del todo uniformes son apetecidos, pues se adueñaron de algún corazón loco cegado por aquellas delicias de antaño. Defectuoso, sensato, bello y ... real. Otra posibilidad, por cierto, la más esperada.
Entonces, cuando las hojas caigan y hagan del suelo un tapiz tembloroso, se descubrirán las nubes para mostrarlo por fin. Si existe, cada pedazo del algodón será de un sabor cualquiera y se entregará completo a un corazón que lo devorará lleno de júbilo. Si no existe, dulce o amargo se perderá en restos vegetales de lo que alguna vez fue una ilusión. |