En el momento que el tercer Ángel pronuncio las palabras ya sabidas por una multitud, mi cuerpo se inundo de energía, coraje y un extraño dolor, que a pesar de ser muy intenso me causo un cierto placer.
Las palabras se atoraban en mi garganta y me asfixiaban poco a poco, los sonetos y las prosas por fin se habían materializado y me daban golpes en la cara lanzando airosas carcajadas, mientras se burlaban y me recordaban sus historias. Por más que intente mantenerme de pie, perdí el control de mis rodillas, y mi cuerpo temblaba como en el día en que este Ángel se presento ante mí.
Cuando por fin la tensión que mi cuerpo intentaba soportar se nivelo, logre abrir los ojos, empapados en lagrimas de sangre, y ante mi se cayeron las mascaras de todas las cosas, es hermoso cual la verdad, pero tan hiriente como la misma, el poder ver la realidad, reconocer la hipocresía, el odio, la inseguridad y la debilidad de todos esos “individuos” (así se hacen llamar).
Por instinto comprendí el propósito de estas nuevas cualidades, pero no conocía exactamente el proceso, estando en un lugar tan abarrotado de individuos como en el que me encontraba, mi tarea se hizo un poco mas complicada. En ese instante, perdiendo el control total de mi cuerpo, salio disparado mi brazo hacia un viejo y fantástico retrato, que estaba próximo a mí, y se deshizo al contacto transformándose en polvo.
El instinto animal adquirido modifico mi voz y mi forma de caminar. Por fin…… Ahí estaba, sin saber por que me agazapé en contra de un regordete insignifícate, que se movía al ritmo de la música de fondo, mis dedos se enterraron en su piel y rasgaron sus facciones, me entretuve penetrando mi brazo en su cuerpo, solo para arrancar lo que con mis manos alcanzaba a robar, comencé a devorar los restos de la victima tan desesperadamente, que se mi hizo increíble que apenas pasaran dos horas de que yo comía en mi casa los restos de un guisado, un tanto frió y desabrido, pero que al fin me dejo satisfecho.
Cuando por fin termine de tragar hasta la última gota de sangre, que escurría por las escaleras, en las que dio su último grito y derramo su última lagrima, sentí una extraña paz y un éxtasis, que ni con la mejor de las amantes creí encontrar.
Hoy, caminando en la madrugada por las calles vacías, por fin me siento seguro, arropado por la soledad, el frió y la oscuridad, me siento mas en casa que nunca.
Hoy con las gracias que me regalo este tercer Ángel de alas negras, me siento mas yo que nunca, hoy puedo ser lo que me de la gana ser, tomar y dejar lo que me plazca, rechazar las bondades del mas poderoso rey, y resguardar al mas vil de los perros, soy dueño de mi realidad y mis fantasías, una criatura de la noche.
Jaime Carcaño Hernández |