Hacia el año 1950, tres veces al día, puntualmente, a las once, a las dieciséis y a las veinte horas, todos los días del año LU 4, la radio “mas popular” del sur argentino, emitía su programa “Mensajes para el hombre de Campo”.
No se si ahora se seguirá emitiendo.-
Era un espacio corto, de no mas de diez o quince minutos, en el que, mediante la frecuencia radial, se enviaban noticias de interés o novedades a la gente que trabajaba en la zona rural.-
En esos tres instantes del día, se paralizaban todas las tareas rurales para ir hasta las casas y escuchar las novedades que llegaban desde la ciudad.
A las diez, se “churrasquiaba”, para ayudar al mate madrugador llegar hasta el mediodía.-
A las dieciséis, era la hora del fin de la jornada, el mate, “cimarron” las mas de las veces, acompañaba las tortafritas, mientras se escuchaban las noticias.
Y finalmente, a las veinte, hora de la cena y ya cercano el descanso merecido, se volvían a escuchar las novedades, las repetidas y las mas recienes.
“Para el capataz de la Estancia “La dormida”, el sábado llega la comparsa de esquila”
“Para Zenon Vega de La Bajada, su familia arribo bien a Coyhaique”
“Se comunica a los pobladores de El Senger, que el camión con viveres pasará entre el15 y el 20”
“Josefina Riera informa a su esposo que se encuentra en Cerro los Guachos, que ha dado a luz a un varón. Todos bien”
Eran todos de este tenor los mensajes, cortos, tipo telegrama, pero suficientemente claros para aquellos a quienes iban dirigidos.-
Esta historia que voy a contarles ocurrió entre los años 40 y mediados de los cincuenta, ya no recuerdo bien.-
El primero que lo vió fue Rupertino Cuevas, un chileno de Castro, afincado en la Patagonia Argentina desde hacía varios años y que trabajaba de ovejero en la estancia “El Escorial”.-
Venía de pegar la recorrida buscando animales sueltos, cuando observó la vieja Studebaker verde parada al costado de la huella, a unos cincuenta metros del puente, don Carlos Leiva Pons, estaba sentado frente al volante, con la boina calada hasta los ojos y con un cigarrillo en la boca.
Rupertino saludó alzando la mano con el rebenque, y al no obtener respuesta siguió su camino hacia las casas, al llegar le comentó al capataz, Lucho Avila, que en la huella que va al potrero de los carneros estaba estacionada la Studebaker de don Carlos, el comprador de lanas.-
La huella, algo menos que un camino vecinal, recorría todo el campo del “Escorial” y servía para cortar camino, porque pasaba por los cascos de varias estancias en el trayecto que va desde Comodoro Rivadavia a Sarmiento.-
Solamente era usada por mercachifles y por los compradores de lana, y obviamente, por la gente del lugar en sus diarias recorridas.-
“Andará comprando” fue la respuesta que Lucho le dio a Rupertino, y el tema quedó allí, como cosa de rutina.-
Carlos Leiva Pons, era un gallego que trabajaba para la firma Caminos y Van Peborg, una acopiadora de lana, y esa madrugada, como hacía desde hace diez años todos los veranos, casi a la entrada del otoño, se había subido a su vieja Studebaker en la calle Sarmiento casi Francia, en Comodoro Rivadavia, para salir a comprar la lana esquilada esa tempora en los campos de la zona.-
Acomodó una vieja maleta de cartón, la misma que había traído de España ya ni sabía cuando, en la caja de la camioneta, revisó las dos cubiertas de auxilio, el gato, una pala por si quedaba encajado en alguna huella, abrió la puerta del lado del conductor, puso debajo del asiento un maletin de cuero en el que llevaba los doscientos mil pesos moneda nacional, con los que debía pagar la lana y arrancó su “chatita” como el la llamaba.-
Antes de partir, sacó de su cintura el Smith Wetson calibre treinta y ocho y lo puso en la guantera.-
No eran las siete de la mañana cuando estaba en el desvió de la ruta 3 hacia Sarmiento, sabía de memoria que antes de llegar a Valle Hermoso, tenía que tomar la huella de tierra para cortar camino y comenzar a recorrer estancias.-
Ida Campos, la esposa del capataz y cocinera de la estancia “Los Huemules” suspendió por un momento su tarea de pelar papas para el puchero del mediodía y subió el volumen de la radio, una RCA Victor nuevita que había traído el patrón de Buenos Aires, eran las diez de la mañana en punto.-
“Cerro Bayo”, “Los Huemules” y “El Escorial” quedaban en una misma línea, todas sobre la misma huella, distantes una de otra unas quince leguas.-
Cuando Ida subió el volumen de la radio, vio por la ventana como un Mercury verde y blanco pasaba por la huella en dirección al Escorial.-
“Para Elpidio Montes, de la zona de Sarmiento, baje la majada, va el camión para traerla al pueblo” comenzó diciendo el locutor dando inicio a los “Mensajes para el hombre de Campo” de las diez de la mañana.-
“Para José Mintilo, de paraje Río Mayo, los repuestos del tractor llegan a fin de mes”
“Para la gente del Mercuri, la Studebaker lleva el chancho, esperenlo en la estancia “El Escorial”, seguía repitiendo el locutor y la RCA Victor se lo decía a Ida, otra vez atareada en su tarea de pelar papas, pero escuchando las novedades rurales.-
El Mercuri verde y blanco, aminoró la marcha al llegar al guardaganado que esta justo antes del puente, casi detuvo su andar para poder pasarlo sin romper nada del auto e inmediatamente salió de la huella y se internó unos metros campo adentro, estacionándose detrás de una mata de calafate, los tres hombres que estaban adentro encendieron la radio.-
Con mucha dificultad y entre los ruidos de la estática, alcanzaron a escuchar la última parte del radiotreatro de la tarde, bromeando entre ellos por lo lagrimoso del tema.
Eran las quince y cincuenta.-
A esa hora Carlos Leiva Pons, se despedía de don Saturnino Lopez, capataz de “Los Huemules” y esposo de Ida, le agradecía los mates y las tortasfritas y le explicaba que en la semana próxima venía el camión para llevarse los treinta y dos fardos de lana que le había comprado en quince mil pesos moneda nacional para la acopiadora Caminos y Van Peborg.-
Sacando la cabeza por la ventanilla de la vieja Studebaker le gritó un “gracias doña” a Ida y enfiló el motor de la chatita para “El Escorial” donde pensaba hacer noche.
El polvo del camino patagónico le secaba la boca y le juntaba una línea blanca debajo de su boina, casi estaba llegando al guardaganado cuando vió que había dejado sobre el asiento el viejo maletín de cuero donde ahora solo había ciento ochenta y cinco mil pesos moneda nacional, pensó en guardarlo debajo del asiento, pero se dio cuenta que tenía que aminorar su marcha para poder pasar el guardaganado y dejó para después la tarea.
Cuando la vieja Studebaker, casi detenida en su marcha, puso las ruedas delanteras sobre el guarda ganado, el comprador de lanas vió que dos hombres en la huella le hacían señas de detenerse, “peones del Escorial” pensó, y detuvo la chatita antes de llegar al puente.
El “Zurdo” Rosales se acercó sonriendo por el lado del conductor, estiró la mano derecha para saludar a don Carlos y simultáneamente le disparó con su mano izquierda directo al corazón, eran las cuatro y media de la tarde.-
Empujando, llevaron la Studebaker hasta unos cincuenta metros mas allá del puente, tomaron el viejo maletin de cuero con los ciento ochenta y cinco mil pesos moneda nacional y volvieron al Mercuri.-
“Pocho” Maidana se volvió, se acercó a la Studebaker verde, metió la mano en el bolsillo de su campera, sacó un Fontanares 12, se lo puso en la boca a Carlos Leiva Pons y le bajó la boina casi hasta los ojos.
No vió o no quiso ver, la escarapela roja que le adornaba el pecho.-
El “Negro” Gonzáles se había quedado en el Mercuri, él era el chofer de los tres, habían estado esperando casi todo el día que les llegaran las novedades desde Comodoro, sabían que tenía que pasar por allí pero no sabían cuando.-
La primer noticia la tuvieron temprano, a las diez, mientras pasaban por la estancia “Los Huemules”.-
“Para la gente del Mercuri, la Studebaker lleva el chancho, esperenlo en la estancia “El Escorial” escucharon mientras el pedregullo del camino atemperaba la voz del locutor.-
Se hizo larga la espera hasta las cuatro de la tarde, solo los Fontanares 12 de Pocho ayudaban a acortarla, el rancio olor del tabaco negro reinaba dentro del Mercuri.-
A las dieciséis, los tres hicieron silencio y se pusieron a escuchar los “Mensajes para el hombre de Campo”.
Los primeros no eran para ellos, luego el locutor, con su impostada voz recitó: “Para los hombres del Mercuri, zona “El Escorial”, maten al chancho”
El mensaje había llegado, ahora sabían lo que tenían que hacer.-
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