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Despierto. Son las nueve de la mañana y Susana está levitando, aún dormida, sobre la cama, su vestido de seda blanco… Me levanto con mucho cuidado para no hacer ruido, para no despertarla. Voy a la cocina acariciándome con una mano el rostro, gesto curioso, no estoy seguro de que sea enteramente mi voluntad; me pregunto quién estará tocando la puerta. Suena en mi cabeza una música mamarracha llena de vitalidad, algún mendigo muerto en alguna calle, por ellos, por esa vitalidad magnífica que se manifiesta en el momento de la muerte de los seres que soportaron una vida difícil el mundo entero se llenaría de flores que no dejarían de crecer ocupando todos los espacios. Vidas benditas, amo sus existencias, esa vitalidad que se expresa en sus muertes me llena de admiración y abre una flor en mi pecho. Cuando joven me avergoncé de ser suave, quizás dulce para ser hombre hasta que descubrí que soy agua, no por leerlo en algún horóscopo, no los leo, sino que con el tiempo fui descubriendo qué tipo de cosas me necesitaban; también bendito momento en el que la vergüenza se apartó de mí, sigilosa, como una sabia mujer respetuosa que no llegó a tentarme a demostrarme a mi mismo a ser lo opuesto a lo que soy. Bendita sea la vitalidad, yo no la tengo, hay suavidad en mí, pero la vitalidad me busca como algo sediento que viene a tomar de una fuente, a fortalecerse, relajarse tranquilamente y descansar; soy como un animal grande que no hace daño. Susana continúa levitando, su vestido de seda blanco en ella es como una cascada para mí, yo descanso en ella. Hace algunos años dejé de fumar.

Texto agregado el 02-04-2006, y leído por 79 visitantes. (0 votos)


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