INFIDELIDAD
(Cuento con moraleja)
"El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras"
Proverbio árabe
Irrumpió de manera violenta, desencajada su expresión, desordenados sus cabellos, esclavo, todo él, de alguna urgencia que había transfigurado su imagen habitual.
(Era manso y tranquilo, como el de la canción)
- ¡Mi mujer me engaña, acabo de comprobarlo! Más que decirlo lo escupió, mientras los demás pensaban: mirá a la mosquita muerta de Nora, o cosas parecidas.
Farfullamos frases hechas, de compromiso, sin saber realmente qué decirle al infeliz.
Él, respirando ahora más hondo, como quien se hubiera sacado un peso de encima, salió disparado nuevamente hacia el exterior.
Ese día no paró: escribió proclamas; repartió volantes; leyó un bando en la plaza, acompañado por un gordo que tocaba el bombo disfrazado de heraldo medieval.
En todas sus acciones quedaba en evidencia la necesidad de gritar a los cuatro vientos: ¡lo sé, no fui el último en enterarme!
Como remate de tan agitada jornada, Ernesto encabezó una manifestación, tocado con un alegórico casco vikingo y seguido por una turba de curiosos, perros callejeros, desocupados y piqueteros, todos enarbolando carteles en los que reclamaban justicia
(Menos una tiorra desdentada, quien portaba uno que decía viva el amor libre, con perdón de Miguel de Unamuno, por usarle la frase)
El objetivo estaba logrado: nadie quedó sin enterarse de la encamada, acerca de la cual, ahora, se conocían jugosos detalles
(Nora, por poco, ya era vislumbrada como diosa erótica del pueblo)
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El tiempo, gran borrador de "carteleras", fue haciendo desaparecer de los diálogos y los chismes el affaire, que para cuando Ernesto volvió al bar, había pasado a un discreto segundo plano en la consideración popular.
Creo que todos nos sentíamos un poco molestos. Un poco hasta que el flaco, después de vueltas y más vueltas, informó acerca de su reconciliación.
(Entonces ya no fue sólo "un poco"...)
Juro que yo lo apreciaba, pero, la verdad
no supe qué mierda decirle.
Desde entonces comencé a eludirlo.
Ahora, ya casi ni nos saludamos. Tampoco volví a encontrarme con Nora
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