Recuerdo el día en que te conocí. No sé si me gustaste por tus ojos tan expresivos, tu forma de vestir, que tenía algo de estrafalario, o esa manera tan poco elegante de agarrar tu copa de vino ¡Todos los dedos sobre el cristal! ¿Querías calentar el caldo? Mientras, ibas dando pequeños sorbos al excelente vino, como no podía ser de otra forma en una fiesta dada por Alfonso.
En realidad todos agarrábamos nuestras copas, bebíamos mientras charlábamos e íbamos notando el calor del jubileo en la sangre. No te conocía, pero usando algún amigo como plinton, terminé charlando en el mismo grupo de gente en el que estabas, y mientras me esforzaba en encontrar la excusa para entrar en la conversación, tú me lanzaste a bocajarro un: “está buenísimo este marques de murrieta”. Yo sabía poco de vinos, pero tú ¡Agarrando la copa de aquella manera!. Me confié y exprimí lo poco que sabía sobre el tema, lo mismo que debiste hacer tú, y fue justo en ese instante, cuando dejamos de hablar de lo que no sabíamos, cuando empezamos a encontrar nuestros espacios comunes.
Se abrieron 27 botellas de vino más, se contaron 11 chistes, se charló de 12 temas diferentes, se profirieron 1.328 carcajadas (en 527 ocasiones: forzadas), se fumaron 217 cigarrillos, 5 estornudos y 3 ¡Jesús!, hubo 2 erecciones, 4 escalofríos (3 por la corriente de aire y 1 de emoción) y a una chica le bajo la regla, pero no se enteró. Mientras ocurría todo aquello, yo me convencía de que eras un dulce con epidermis, un caramelo con pulmones, un sugus con mucho caracter y con un culo muy bonito. ¡Qué le voy a hacer! El vino te empuja a la subjetividad. Tal vez por eso te gusta tanto, tal vez por eso me gustas tanto tú.
Le agradezco a Jaime (papagayo_desplumado) que me haya prestado parte de su poesía "Fiesta I" para destrozarla e incustrarla en este cuento. Hay que joderse, con lo chula que es esa poesía.
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