-Señora, he de decirle algo que quizás le sorprenda, su bebé será… un… dragón-
-Mire, al menos ya puedo tranquilizar a mi familia que insistía con que me hiciera la ecografía para ver si era niño o niña y poder empezar a hacer los patucos de un color u otro-
-Sí, claro… ¿qué dirá su marido?-
-Es fumador, no creo que le importe-
-Ah, entonces todo perfecto-
-¿cuánto durará este embarazo, doctor? Nunca tuve un dragón antes-
-en un par de semanas está listo el bebé-
-perfecto, gracias y buenas tardes-
La señora Apagafuegos fue arreglando la ropita del bebé que estaba por nacer, todo, eso sí, con un agujerito en la parte trasera para que éste pudiera sacar su colita.
El bebé era muy pesado. Cuando la señora Apagafuegos caminaba de ella sólo se vislumbraban sus largas piernas y su cabecita, todo lo demás era barriga. Imaginadlo, era como una mujer aceituna, un balón de fútbol no rodado, un ovillo de lana andante, la mujer de dos barrigas en una. Es por ello, que algunos días en los que la barriga se hacía dura de llevar, la mujer se la descolgaba un ratito y la apoyaba en un banco o una mesa cercana para, recuperadas las fuerzas, continuar el camino. Si hubiese competido en una carrera sin duda su vientre hubiese obtenido el premio máximo antes del pistoletazo de salida.
A las dos semanas de visitar al médico nació Clemente por cesárea, al que así llamaron porque parecía nombre de dragón y porque su abuela materna era muy religiosa y éste había sido el nombre de muchos padres de la Iglesia. El bebé dragón, ya en su tierna infancia, tenía costumbres anómalas como incendiar las cortinas del salón (todavía no controlaba la emisión de fuego por su boca) para asustar a su mamá o volar por la casa cuando los vecinos curiosos venían a verlo, nadie había visto antes un bebé dragón y si Clemente algo era, era dragón.
Creció pronto pues a pesar de que las leyendas chinas hablan de tres mil años para su completo desarrollo esto no es tan así y dragones, como personas, hay de muchos tipos; digamos que Clemente era un dragón de crecimiento rápido, pronto empezó a ir a fiestas, jugar al fútbol y un buen día terminó los estudios de secundaria.
-Mamá, quiero estudiar letras- dijo el dragón subiéndose las gafas que resbalaban por su verde hocico. ¿Cumplió Clemente su sueño? ¿arrastró su enorme cuerpo por los patios ajedrezados de la facultad? Sí, porque quería y nunca pensó no poder hacerlo. De este modo y manera se recuerda desde entonces que un dragón llamado Clemente fue el primero licenciado en letras; él abrió el camino a dragones como Nicolás que fue el primer dragón-bombero o Pati, la primera dragona-científica, descubridora de las extraordinarias y super secretas células epinectoplastómicas, eso por no hablar de Rita, dragona cuyos romances con muchos líderes políticos mundiales han sido más que sonados por hacer trastabillar las relaciones internacionales y es que dragones, como personas, hay de muchos tipos…
(Para Ángela con mucho cariño)
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