Antes de que la silicosis le cerrara definitivamente los pulmones al padre, el segundo de los hijos ya daba problemas a la familia. Solía faltar a la escuela por la tarde y era una vecina la que avisaba a la madre de su presencia en el arroyo, descalzo y metido en el agua hasta media pierna, a la caza de renacuajos. Años atrás, era el padre el que arreglaba los problemas con unos cuantos correazos, pero la urgencia de atrapar un soplo de aire, dejó toda la responsabilidad en manos de la madre. En cuanto la correa no puso el miedo como freno a las escapadas del chico, éste se rebeló contra la madre y cuando ésta intentaba darle un guantazo, él detenía su mano agarrándola por la muñeca y amenazaba con devolverle el golpe.
Un mes antes de que el padre se convirtiera en un difunto formal, la casa respiraba a muerte y la viuda en ciernes cerraba puertas y ventanas y ponía un caldero con tinte y agua a hervir y echaba los vestidos y rebecas al pozo del luto. Se desentendió del hijo. Los otros tres hijos se agarraron a sus faldas y rumiaban la desgracia con preguntas, lloros y algún intento de repartirse las pertenencias del padre. El muchacho amplió sus ausencias escolares a todo el día sin que la madre interviniera a pesar de que el maestro le mandó numerosos avisos. Así, cuando un día quiso volver a coger las riendas de su vida, el hijo se le enfrentó con un si me tocas te mato, que le quitó la última esperanza de enderezarle los pasos. Desde ese momento, el chico pasaba los días ensartando ranas en un palo y tumbando nidos de gorriones de los árboles. Siempre solo, sin un amigo. Las vecinas comenzaron a mirarlo con algo de aprensión y a comentar la mala suerte que había tenido la pobre mujer con aquel hijo. La madre, en un intento desesperado por parar lo inevitable, se trasladó con su familia a la ciudad y pasaron los años sin que en el pueblo se tuviera noticias de ellos.
Llegaron a través de la televisión. El muchacho se había casado y tenía dos hijos. Cuando la policía fue a buscarlo a su casa, aún dormía. A los pies de la cama, las botas salpicadas de sangre y en un descampado, el cuerpo de una antigua novia con la cara destrozada, una piedra manchada de rojo y un palo que le había desgarrado las entrañas entrando por el sexo.
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