La espera
Para aldy, que sabe que estare siempre ahi, esperandola...
Escupió con vehemencia sobre las plantas húmedas del bosque y decidió avanzar pisoteando la infinidad de bichos que pululan impunes sobre la tierra y el pasto en la noche. El río no estaba muy caudaloso a esas horas oscuras y el rumor de sus aguas se confundía con los sonidos del bosque. El hombre se recostó sobre un árbol y trató de encender un cigarro. El viento infrecuente y ominoso le acometía apagando la llama. Se impacientó, hizo una concha con las manos, protegiendo al cerillo y finalmente pudo encenderlo. El humo era denso, descendía con suavidad por su garganta; sentía llenársele los pulmones de humo tibio, luego lo expulsaba con un suave suspiro largo y observaba el firmamento luminoso. En ese instante, a través de la neblina, la figura que esperaba le fue dada a intuición. En dos minutos, ella estuvo cerca del hombre. Lo miró con sospecha y le preguntó, Has esperado mucho, No tanto, Lo siento, respondió ella, recién me enteré hoy. Entonces ella le tomó la mano y lo guió hasta la orilla del río. Arrojó el pucho muerto a la corriente ondulante de las aguas y sin preámbulos, se besaron despacio, saboreando cada movimiento de los labios, indagando el origen de un aroma que era la comunión de las dos almas en espera. Despegaron los labios después de unos minutos y ella le preguntó, Cuánto tiempo me has esperado, entonces el hombre bajó la mirada, se vio las manos arrugadas y comprendió su suerte, Toda mi vida, le dijo, y fue como si esas palabras estuvieran ya ahí, simplemente para ser cogidas como las frutas de un árbol. Ella le indicó que se recostase sobre la piedra inmensa que allí estaba y él obedeció mansamente. Ya en el regazo de la mujer, soltó una lágrima mientras ella le alisaba los cabellos grises y el hombre sintió en su corazón, cercano, inminente, el último latido. |