EL CUERPO
Lo encontraron la noche del viernes, estaba temblando y decía traer noticias del otro mundo, era muy alto y muy flaco, su rostro evidenciaba una gran palidez y una turbación total, temblaba de frío pese a que el verano llegaba esa noche a 30 grados de calor, sus ojos eran enormes y tiernos. Avanzaba con mucha dificultad a pesar de la fuerza que denotaban sus piernas, era como si nunca antes hubiera caminado pues algunos de los parroquianos tuvieron que ayudarlo a andar todo el tramo debido a su incapacidad, lo mas impactante para todos era que traía dos profundas heridas en la espalda. Francamente nos pareció una divinidad que estuviera vivo. Lo llevamos en tropel a casa de Raúl Marticorena, el único médico del pueblo y de varios kilómetros a la redonda.
A primera vista el doctor Marticorena, se llevó una tétrica impresión, según me enteré en sus memorias dos días despues del infortunio, pues le pareció que se trataba de un linchamiento por todo el tumulto y bullicio generado.
Durante la curación de las heridas él extraño no dio muestra alguna de dolor y el doctor Marticorena no articuló palabra alguna, se le veía absorto y por momentos desconcertado con lo que veían sus ojos, hubo un mutismo sepulcral en todos en lo que duró la intervención. Debo decir también que fue imposible suturar las heridas pues faltaban dos trozos de carne, aquello fue impactante.
Gabriel Martínez, el hombre que se había hecho famoso en el pueblo por sus novedosos métodos de publicidad en favor de su comercio de herramientas rompió el silencio preguntándole al extraño por su residencia y por el origen de sus heridas. La respuesta causo indignación en todos y mas aun en Gabriel quien se quedó cayado y furioso en un rincón, en ese preciso instante alguien se levantó enérgicamente de su sitio, era Juan Pablo Aspiros, el hombre mas viejo y sabio del pueblo, este le increpó vorazmente dicha actitud a lo que el extraño respondió con la misma mofa indignando a todos. En ese momento escuche un murmullo encolerizado que recorrió como una fuerte ola toda la sala, me estremecí al oír como alguien desenvainaba un machete para destazar reces y como los mas severos murmuraban entre dientes quemarlo vivo. Aquel extraño no tuvo consideración para nosotros, le habíamos salvado la vida, hasta ese momento no entendíamos porque nos hacía tales amenazas que consideré estúpidas hasta que me convencí de lo contrario. Era horrible ver como nos miraba siniestra y provocadoramente después de todo lo que dijo.
Gustavo Nolte, mi díscolo y soñador amigo apareció cuando el reloj de la plaza marcaba las cuatro de la madrugada con un inmenso saco el cual tiró al suelo frente a todos. Lo que narró enseguida nos dejó perplejos y horrorizados. Había estado en los sembríos de maíz fumando hierba como era su costumbre cuando oyó un grito aterrador, dirigiéndose al lugar donde creyó provenir el lamento tropezó y cayo estrepitosamente perdiendo el conocimiento; lo que dijo a continuación hizo que se nos erizara la piel y que miremos con profundo horror al extraño quien ya no se encontraba en su lugar, el miedo y el pánico se apoderó de mi cuando note que mis amigos y conocidos como el doctor Marticorena, Gabriel Martínez y Juan Pablo Aspiros habían también desaparecido y que todas las personas apostadas en las ventanas y marcos de las puertas también, el terror fue total cuando Gustavo Nolte cayó al suelo derribado por la hoja de una filuda espada incrustada en el cráneo no sin antes decirnos que lo que había en el costal eran las alas de lo que parecía ser un murciélago gigante y que estas parecían haber sido arrancadas del cuerpo.
Aquella noche yo y los que quedamos en pie huimos precipitadamente escuchando detras nuestro los horrores de la matanza, fue tanta nuestra adrenalina que no paramos hasta llegar al siguiente pueblo escondiéndonos en el trigal mientras los perros ladraban. Cavé un hoyo donde me enterré y tape mi cabeza descubierta con varias ramas de trigo a lo que mis compañeros imitaron.
Al amanecer vi atónito como el inmenso murciélago de la muerte volaba a una dimensión desconocida; lo que vimos después casi nos mata de un infarto pues las almas de la gente de mi pueblo levitaban diáfanas tras él; el infierno se nos hizo presente esa noche.
Aquel fue el día más triste de mi vida, hubiera preferido irme con todos ellos.
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