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Año CXI, Nochebuena.

Anochecía, Orlando observaba el cambio de tonalidades a través de la ventana abierta, permanecía tendido de espaldas en la cama, en una mano un cuaderno abierto en el titulo: ‘’The Last Forever’’ y en la otra un lápiz y una hoja arrugada.
Sabía que habían existido guerras, lo sabía y hace ciento once años exactamente había terminado la más larga, lo que hacía especialmente misteriosa la situación, luego de esa fecha histórica se habían borrado los rastros de todos los conflictos bélicos.
No fue problema borrar el pasado, se marcó el día cero como el comienzo de la paz y la historia se centró en los logros científicos y los avances tecnológicos. Todos los libros anteriores a esa fecha fueron relegados a los áticos y sótanos de las bibliotecas, prohibiéndose su lectura. Nada que pudiera detener a Orlando, que gracias a la disimulada ayuda de un amigo lograba colarse en el antro enmarañado y escondido de una de ellas, y pasaba ahí horas y horas devorando los libros de la prohibida historia antigua.
Debería estar feliz, si, porque todos lo estaban, era lógico, el mal había sido erradicado de una forma tan abrupta como si una mano poderosa hubiese bajado del cielo para arrasar cada alma corrupta.
Acercó el lápiz y el papel, estirando éste último con despreocupación.
“Mal”, “Mano”, “Sacrificios”.
Esta última palabra le vino a la mente sin explicación y consideró importante guardarla para más tarde.
Algo estaba mal, no le parecía una paz normal aunque había nacido con ella, y esta idea lo obsesionaba desde el momento en que tuvo uso de razón. Tenía la impresión de que algo horrible se escondía detrás de cada mirada comprensiva, de cada gesto amable, preparado para atacar.
Debía hacer algo, lo que lo estaba torturando no era el hecho de que algún día aquello escapara, si no el tiempo que se demorase en aparecer, lo que sea que estuviese escondido debía salir para acabar con su angustia, era egoísta, lo sabía muy bien, pero debía hacerlo, aunque con conseguir su tranquilidad terminara con la paz.
Se sentó en la cama, sabía lo que debía hacer y que aquello estaba esperando la mínima acción para salir... y después… después era muy probable que no hubiera escapatoria, aquello no se detendría…
Tomó el lápiz nuevamente.
“Paz”, “Atacar”, “Escapatoria”.
Pasó por la cocina, si, era necesario…
Se colocó una chaqueta y salió a las calles de la ciudad, era nochebuena y el centro estaba lleno de personas que realizaban las últimas compras de navidad. Sin pensarlo casi, se dirigió hacia la plaza, ahí estaba, sentada en uno de los bancos con una minúscula bolsa sobre el regazo, de la cual sacaba migajas y las lanzaba a las palomas que se arremolinaban desesperadamente a su alrededor en busca de comida…
-Si, ellas saben lo que sucederá.
Se acercó lentamente saboreando el momento, ahí sentada, se veía demasiado inocente, demasiado… e incluso esto le daba un gusto diferente a la ocasión. Se detuvo detrás de ella.
-Orlando?
-…
-Que bella está la noche, verdad?
-…
-Tanto tiempo sin verte. Como estás? Has escrito algo nuevo?
-…
Una sonrisa asomó a los labios de la mujer.
-Sé porque estás aquí… Por Vincent, debe estar mejor sin nosotros, no crees? Si, mucho mejor… se veía que era un niño sano, fuerte, como tú.- Rió estrepitosamente, pero su risa se perdió entre los murmullos de la multitud- Sí, igual a su padre.
Orlando podía sentir el odio tan fuertemente que hasta tuvo la tentación de estirar sus dedos e intentar palparlo, metió la mano en un bolsillo de su chaqueta, ahí estaba, listo para atacar.
-Sé que me odias ahora, pero era por su bien, él no debió haber nacido y no pude matarlo, así que la única solución fue dejarlo ahí…
En un rápido movimiento Orlando le tapó la boca y la levantó unos centímetros.
-Es verdad, te odio- dijo- Pero te amé.
Con la mano derecha sacó el cuchillo de su chaqueta y lo acercó a su garganta, pudo escuchar los latidos de su corazón solo segundos antes de apretar el filo del cuchillo contra la piel blanca y sentir la sangre caliente resbalar entre sus dedos. La soltó, el cuerpo inerte dio contra el piso y una mancha roja se extendió bajo él, recién en ese momento Orlando notó que un grupo de personas se había juntado a su alrededor como palomas en busca de alimento, con los ojos muy abiertos y las inocentes compras de navidad entre las manos, lo extraño es que en sus rostros no se veía el mínimo signo de horror, todos observaban tranquilamente aquel espectáculo.
Se escucharon las sirenas, era la policía, y se dio cuenta de que no les tenía miedo… Ya nada importaba, estaba por salir…
Sonó la alarma de una tienda, disparos, amenazas, unos vidrios quebrándose, una mujer gritando, la gente comenzó a correr despavoridamente en todas direcciones en una confusión de papel de envolver, bolsas y brazos. Todos olvidaron al hombre del cuchillo ensangrentado.
Orlando dejó caer su arma junto al cadáver y se dispuso a volver tranquilamente a su hogar, el centro se había convertido en un mar de gente asustada, la paz se había marchado…
Se acostó.
-Somos nuestro infierno- dijo Orlando, se dio media vuelta y se durmió inmediatamente.

Texto agregado el 30-03-2006, y leído por 242 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
07-04-2007 parece una lucha interior consigo mismo, y que aun derramada la sangre no se quita ese dolor.Me gusto, considero que hacer una narracion que tenga a uno atrapado hasta el ultimo momento es muy buena.5*.LD Lady_Dark
03-12-2006 me enkanto este texto fuera de lo habitual+++++ PUCCA_PSICODELIC
08-05-2006 "El infierno soy yo, no hay nadie más aquí!, me dijeron una vez. El odio y el mal son inherentes al ser humano. sabine
28-04-2006 Muy interesante...Deja que pensar...Un abrazo***** kasiquenoquiero
24-04-2006 me gustó pubys
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