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Inicio / Cuenteros Locales / EvyanSylvan / Choregraphie: Ballet

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“She moves like water over England
and carves her footprints in the earth.
She feels like wind to a sailor
a like a candle on the heart.
She sounds like poetry to a blind man
step, step, stepping from the pages of a book…”
“Elemental” Deep Forest

Primera Posición

Los espejos, la barra, el piano; todos eran instrumentos de tortura. Todos eran artefactos de suplicio bajo pretexto de concebir belleza. Belleza sublimada, etérea, compleja, plena de sangre y lágrimas, plena de mártires y verdugos. El ballet siempre significó para Natalia una perfecta relación sadomasoquista en donde los bailarines se convertían en los obedientes esclavos que se complacían en realizar los deseos de sus todopoderosos maestros-amos. Pero ella lo amaba. Amaba el poder con el que era conducida a través de movimientos que desafiaban la gravedad y la sinuosidad de líneas; deseaba ser seducida por cada nota emanada del piano y que Monsieur de Ronsard tomara sus miembros para corregir la posición que a juicio del perfeccionista francés, nunca estaba de acuerdo con la excelencia. Natalia deseaba ser una obediente esclava y complacer a su amo mientras ella se complacía a si misma.

Porque allí radicaba la diferencia. Natalia giraba en espiral, saltaba, se colocaba de puntas y manipulaba su cuerpo bajo las órdenes de Maurice, pero se complacía a si misma en el oscuro arte de saberse libre de obedecer o no.

No existía pieza completa sin el consentimiento de Natalia. Maurice de Ronsard podría ser el genio mas grande que existiera sobre la faz de la tierra, pero ninguna de sus piezas vería la luz si Natalia no las paría en el escenario. Ese era su contrato. Firmado con el silencioso orgullo de Maurice al ver que su “cisne” se contorsionaba o se expandía para poder crear los pasos que su ingenio diseñaba; y con las maldiciones proferidas por Natalia cada vez que los errores “distorsionaban la impecable perfección del movimiento”. Ese “contrato consensual” era aseverado cada día que la bailarina ucraniana entraba en el estudio, se colocaba la sumisión por vestido de ensayo, se untaba sensualidad en la piel e se irradiaba ella misma con el orgullo que le nacía de los ojos. El piano y el bastón acompañaban a Maurice en su rol de implacable amo, atiborrado de arrogancia y desafío, cumpliendo su “sagrado deber con la danza”.

Antes de que su pequeño reloj austriaco marcase las siete en punto de la mañana, Natalia ya estaba dispuesta a ser manipulada con la poesía del movimiento concebida por el ingenio de Maurice.

Aquel ritual era un perfecto juego de ajedrez en donde cada uno de los contendientes conocía su posición en el tablero. El amo-maestro debía colocarse en su trono tras el piano como rey estratega, omnisciente y omnipotente y la bailarina-esclava debía posicionarse a su lado, en su rol de soberana con el tablero libre para danzar en poder; tomar y ganar. Natalia se colocaba en la barra y ejercitaba su ser para ser expuesta al martirio de engendrar belleza, al dolor que profiere la poesía cuando gesta maravillas.

Natalia debía esperar como estatua de mármol en su primera posición a los designios de Maurice, en aquel estudio en el centro de Barcelona.


Segunda Posición

Ni en sus años como uno de los mejores bailarines de Paris y Moscú, Maurice temió a nada. El escenario era suyo, como suyos eran todos los ojos y aplausos que le entregaban. Suyo era el mundo, suya la música, suyas cada una de las hermosas “ballerines” que compartieron no solo la belleza del movimiento en su poética versión vertical, sino en la carnal versión horizontal. Pero ahora temía. Temía a la libertad, temía a la persistente postura de reto que Natalia provocaba. Maurice era considerado como un águila en cacería cada vez que bailaba. Pero Natalia era distinta, ella trascendía la materia para asentarse en el mito. Natalia conjugaba la delicadeza de las hadas y la magia de los ángeles. Y era precisamente eso lo que Maurice no soportaba, el reto de la perfección, el reto de ser sublime sin crear.

- “Mademoiselle Volkova, ¿Que tu se folie?” gritó Maurice exaltado desde su piano incorporándose tras tomar su bastón.
- “Excuse moi, Monsieur de Ronsard” pidió Natalia en tono suplicante mientras el suelo era el único lugar al que se podría aferrar para evitar la recriminante mirada de Maurice.
- “Su francés es pésimo” aseveró Maurice mientras la rodeaba a la vista de los demás bailarines, “y puedo notar que su danza esta siguiendo el mismo camino que su francés.”
- “Pero Monsieur de Ronsard, debía girar muy rápido y Sergèi no pudo sostenerme.” declaró la joven al momento de incorporarse.
- “Nunca culpe a otro de su incompetencia, a menos que desee reincorporarse a los coros.” amenazó con aquel delicioso acento, ese que acariciaba los sentidos.
- “¡Toque!” fue la arrogante respuesta de Natalia mientras regresaba a la posición inicial.

Maurice tomó entonces el violonchelo y ella a diez metros de él amenazándole con todo el poder de su libertad y su feminidad. Natalia era un halcón de caza de algún legendario reino feérico mientras se colocaba en la segunda posición.

Tercera Posición

Imponente, arrogante y soberana danzaba Natalia guiada por la seductora y melancólica armonía del violonchelo, hasta que Maurice suspendió su interpretación súbitamente para rasgar un trozo de su camisa.

- “Sergèi, siéntate”
- “Excuse moi monsieur “ respondió el bailarín ruso.
- “A tu lugar” agregó Maurice en tono despectivo, tomando el trozo de tela entre sus manos.
- “Natalia, ven acá” gritó mientras todos atendían a la voz de Maurice.
- “M. Ronsard” dijo Natalia atacándole con la mirada.
- “Debes aprender a sentir la música, dejar de ver en el espejo tu vanidad y convertirte en una con la danza. Puedes ser la prima balerina de esta compañía, pero no me interesa una bailarina sin alma. Aprenderás a bailar con el alma y no con los ojos” decía Maurice mientras vendaba los ojos de Natalia con el trozo de su camisa.
- “M. Ronsard, no se si podré” argumentaba Natalia tratando de aflojar su vendaje.
- “Yo te guiaré, Tercera Posición” ordenó Maurice tomando con fuerza sus muñecas y dando la orden de iniciar a su pianista.

Natalia podía sentir el pulso en sus muñecas debido a la presión que ejercían las manos de Maurice, podía sentir como su sangre era bombeada con una fuerza mayor a la acostumbrada y como la adrenalina se apoderaba de su delicado cuerpo. Sí, de nuevo era la complaciente esclava a merced de su implacable señor; sí, Maurice era de nuevo el poderoso amo del destino de Natalia. Era él quien decidía sobre lo que se podía o no hacer; sobre lo que se podía o no disfrutar, sobre lo que se podía o no mover. Era él quien poseía el control.

La música sonaba lentamente y era Maurice quien guiaba los pasos de la ahora ciega Natalia. El maestro era quien susurraba los pasos que ella debía ejecutar. Natalia se abandonaba lentamente a los deseos de Maurice. Complacía lentamente los caprichos de su amo cual obediente juguete de piel. Natalia realizaba cada movimiento con una obediencia casi servil, casi absurda. Natalia regresaba el poder de nuevo al amo y se olvidaba de su propia conciencia. Ella concedía toda su fuerza no en resistirse a ser dominada sino en complacer los mandatos de aquel que la guiaba. Aquel contrato se cumplía y ella regresaba a su parte pasiva en la que debía aceptar los dolorosos castigos que la mente de su maestro debía crear. Crear... para ambos engendrar magia, engendrar movimiento... arte.

Todos les veían atónitos. Observaban como la obediencia de Natalia creaba maravillosas formas concebidas en la mente de Maurice. Ambos se penetraban en la psique del otro. Natalia confiaba plenamente en las intenciones de su amo y se abandonaba a la ceguera de vanidad. Se abandonaba a los ojos de su señor.

Al terminar la pieza ambos finalizaron colocándose en tercera posición, esa que demuestra la gracia de la sumisión y el infinito placer de la espera. El lugar se abarrotó de aplausos para los danzantes. Maurice retiró el trozo de tela de los ojos de Natalia y ordenó a todos regresar a sus posiciones.

- “¿Entiendes ahora lo que espero de ti?” fue la tosca pregunta que emanó de la boca de Maurice mientras este caminaba hacia su asiento.
- “Oui Monsieur” dijo Natalia con los ojos en el suelo y la mente maquinando su dulce venganza.


Cuarta Posición

El sol se ocultaba lentamente y Maurice se encargaba de apagar cada luz dentro del estudio. Se sentó en su silla favorita y tomó su viejo violonchelo decidido a tocar. De pronto unos pasos invadieron el desierto estudio. Eran pasos lentos y firmes. Eran pasos teatrales, pasos de alguien que conoce el poder del movimiento, el poder del misterio, el poder que genera el colocar un pie delante del otro y crear sonido. Era una figura delgada y simétrica, hermosa entre las sombras; lanzó un trozo de tela negra a los pies de Maurice, el cuál tomó rápidamente.

- “Ahora es tu turno” dijo la melódica voz de Natalia mientras encendía la luz.
- “¿No tendría que estar en casa Mademoiselle Volkova?” preguntó Maurice retándola con la mirada.
- “¡Póntelo!” ordenó Natalia mientas caminaba lentamente hacia el centro del estudio.
- “¿Dónde esta la gracia de todo este juego Natalia?”
- “Es mi turno de verte sufrir”
- “Y ¿Cómo pretendes lograrlo?” preguntó Maurice sarcásticamente.
- “Bailando como nunca lo he hecho, logrando el mejor de todos mis actos, forzándome a complacerte en todos y cada uno de tus caprichos. Siendo lo que siempre has esperado de mi y desgarrarme cada tendón del cuerpo si es necesario con tal de lograr que los pasos que concibes vean la luz con la exactitud que tú los deseas. Obligando a mi memoria a recordar la sádica forma en la que me sometes a tu voluntad para crear arte y mostrar la mejor actuación de mi vida. Eso si, tú... con los ojos vendados.”
- “¿Y quién me asegura que lo harás de esa manera?” preguntó Maurice con una sarcástica carcajada “¿Cómo sabré si no estas haciendo lo que te plazca y me engañas pretendiendo hacer lo que yo espero?”
- “Eso es parte del ritual, puedes creer o no... Pero ¿Tan poco confías en tu habilidad como instructor? ¿Tan mal maestro eres que ni siquiera tu prima balerina puede aprender algo de ti?” aseveraba Natalia al momento de colocarse en cuarta posición y lanzar aquellas preguntas como flechas élficas cargadas del mas ponzoñoso veneno.

Maurice recibió el dolor donde más causaba daño, en su orgullo. Él debía reconocerlo, aquella mujer poseía el talento de crear arte, pero también poseía el talento de destruir con la sutileza de la ironía y el sarcasmo. Poseía en su sonrisa el placer del dolor. No supo resistirse al desafío de vencer a la mejor de sus enemigos, a su bella esclava. Colocó su instrumento y el arco en el suelo, rasgó la tela en dos y se decidió a reproducir una cinta en el estéreo. Natalia no alcanzaba a entender todo el teatro creado por Maurice hasta que este la tomó por la cintura y vendó sus ojos de nuevo.

- “Sufriremos juntos si eso es lo que quieres.” susurró a su oído.





Quinta Posición.

El viento frío de la noche se colaba por las ventanas mientras los danzantes creaban sutiles tejidos con su corriente. Los conciertos de Haydn para violonchelo sublimaban los complejos movimientos que Natalia y Maurice creaban basados en su memoria y su talento. Líneas complejas y poderosos giros contrastaban con la ternura del abrazo y la caricia que de cuando en cuando se propiciaban el uno al otro en los momentos de paz en los que el estéreo sonaba mas lento y calmado. Danzaban a cuatro sentidos y a punta de memoria, ambos se deslizaban por el piso de parqué descalzos y sublimando el poder del tacto, ese que los guiaba en solitario y se les olvidaba al momento de atraerse con el olfato y narcotizarse con el aroma de su pieles exudando su esencia, esa que los obligaba a crear elevados movimientos con sus cuerpos unidos.

El sonido de los violonchelo de Haydn estimulaba sus oídos para escuchar los pasos de los pies descalzos del otro y acompasarse en su danza, en su unión. La música descendía en su intensidad y su ritmo y ambos se abrazaban para sentir la ciega presencia del otro, ambos recorrían los intricados caminos de piel y músculos del cuerpo de su compañero para reconocer al autor de su éxtasis, al artífice de su sublimación. Pero el último de los sentidos necesitaba estimularse, ese que lo logró reconociendo el sabor de los labios del otro al sellarse en un beso, uno de esos que son como los placeres más intensos; satisfacen, pero no demasiado, siempre dejan el deseo de más.

- “¿Es esta tu venganza Natalia?” preguntó al oído Maurice “¿Es esta tu sádica manera de provocarme dolor y necesidad de ti?”
- “No Maurice” silenció Natalia sellando sus labios con los suyos propios y extrayendo de aquel hombre toda su esencia, todo su poder, toda su necesidad.
- “¿Dónde esta tu sadismo entonces mujer?” preguntó de nuevo tras respirar profundamente y retirarse la venda de los ojos.
- “Esta en encender, quemar y dejar arder” confesó Natalia retirándose la venda.
- “No logro comprenderte” añadió Maurice con una amplia sonrisa en los labios.
- “Lo entenderás esta noche... en tu soledad...” dijo Natalia para luego darle un beso en la frente y caminar hacia la puerta del estudio, en donde se colocó los zapatos y le vio de nuevo para finalizar con un doloroso comentario “Hasta mañana M. Ronsard, espero le haya complacido mi danza” dijo antes de retirarse y dejar a Maurice abrazando el frío de la noche.

Texto agregado el 29-03-2006, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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