Frente a él estaban los miles de libros recién editados, y todos con su nombre, no podía creerlo, al fin era un escritor. Salió de la casa editorial y fue con su primer libro donde los seres que más amaba. Llegó a la casa de su padre y le entregó el libro. Su padre lo cogió y, antes de abrirlo, le preguntó: ¿Qué? ¿Eres escritor?... El muchacho no supo qué responderle, pero allí estaba su nombre, su foto en la dobladillo de la carátula, estaba todo, pero sólo respondió que no, que no era suyo sino de un amigo, y que él había usado su nombre, pues no deseaba hacerse conocido, odiaba la notoriedad. Su padre se alegró por la noticia, y abrió el libro y no lo soltó hasta terminarlo; eso luego de todo el día, mientras su hijo se deleitaba viéndole leerle, hasta quedarse dormido... Un golpe en el hombro lo despertó. Era su madre que con el libro en la mano se lo entregaba... ¿Y? ¿Qué dijo papá?, preguntó. Bueno, tú lo conoces, lo dejó allí, y dejó unos apuntes; creo que están dentro de las hojas del libro. El muchacho lo abrió y lo que leyó no le gustó, pero... era la letra de su padre, y si era así, eran honestas... "Un libro no maduro", leyó. Se despidió de su madre y fue hacia la casa editorial. Estaba cerrada, pero, él la conocía muy bien, pues desde que era un chico había trabajado en ella. Entró por una de las ventanas y sacó todos sus libros. Los puso en una caja y se los llevó. Caminó hasta llegar a un puente y, sin pestañear, los tiró al barranco... Mientras caían como palomas sin alas, el muchacho sintió como una liberación, un sentimiento de contento lo embargó. Se dio media vuelta y fue directo a su casa para escribir otro libro con el título de: El despenador... Trataría de un hombre que ayuda a morir a los que agonizan, de dos hermanos, de un padre agonizante y le pondría algo de emoción, como balazos, muertes extrañas, noche con sonidos de hojas secas en las pisadas, etc. Una vez acabada la obra, se la entregó a su padre antes de pedirle a su jefe que le imprimiera su segundo libro. Su padre lo leyó y, nuevamente, le preguntó si él era escritor, y el muchacho le dijo que no...
Todo ocurrió igual, y aún así, nuestro amiguito continuó escribiendo, mostrándosela a su padre, para luego botar sus manuscritos al fondo del puente, y todo continuaría así sino fuera por una enfermedad de su padre... El muchacho no se despegó hasta que le viejo estaba soltando sus últimos alientos, y antes de soltar el último, su padre le dijo que le gustaría que algún día se volviera escritor... El viejo murió, y, sin embargo, el muchacho nunca mas volvió a escribir, tan solo se dedico a trabajar en la editorial hasta el fin de sus días... Nunca fue feliz, pero, al menos, no volvió a soñar en ser un escritor...
San isidro, marzo del 2006
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