Dedicado a Bach y a El Niño
Ojos tristes
Nací un día de invierno. Tuve muchos hermanos, por eso desde pequeño comprendí la importancia de compartir. Ahí estábamos todos juntos, revueltos, apretados, intentando acariciar a nuestra madre y clamando por su atención.
Recuerdo que fui el más pequeño. Tal vez por ello mi mamá me prestó menos atención. Casi no alcanzaba a distinguirme cuando nos poníamos a jugar en el patio. Aún siento el olor a pasto húmedo... lo tengo como pegado a mi cuerpo.
Mi vida era bastante normal. Comer, dormir, aprender todos los días. Mi mamá nos enseñaba a comportarnos, a no pelear entre nosotros ni con el resto de nuestros semejantes.
También nos narraba historias en las tardes, muchas de ellas para mostrarnos su perspectiva de la vida, sus sueños y para que aprendiéramos grandes lecciones, muchas de las cuales aún me acompañan.
De nuestro padre, uhm! de él no me acuerdo mucho. En realidad para mí era como un ser misterioso, casi místico. Aparecía de vez en cuando y desaparecía misteriosamente. Siempre me preguntaba dónde iba cuando partía sin siquiera despedirse, sin darnos al menos una explicación.
Aprendí a aceptarlo, así, tal cual era. En realidad, mis hermanos y yo no tuvimos muchas opciones. Era la vida que nos había tocado. Así que pasamos de nuestra breve niñez a una adolescencia más efímera aún. No sé cómo, pero un día desperté y escuché a mi madre decir: ¡eres un adulto!
Casi me caí de la cama al escuchar esas palabras. Siento que nunca maduré. Hasta el día de hoy, cuando nadie me ve, corro en el patio de la casa en la que vivo, sólo para sentir nuevamente que soy un niño, para volver a impregnarme con el aroma del césped mojado.
Bueno, pasó el tiempo, y, tal como sabíamos, tenía que partir; “hacer mi vida” como decía mi mamá que lo hacían todos. Mis hermanos se habían ido hace mucho. Para mí gusto, demasiado pronto.
“Ojos Tristes, ayer vinieron unas personas a la casa”, dijo mi mamá. A propósito, ese es mi nombre. Inmediatamente comprendí que tenía que partir a otro hogar. Me bajó como una angustia. Es que me dio tanta pena imaginar a mi mamá solita en casa.
Partí un día de primavera desde la casa de mi madre. Con mis ojitos de agua pude ver por el vidrio cómo me alejaba de aquel lugar... que había sido mi casa por mucho tiempo. Le dije que la quería, como tantas veces. Ella lamió mi rostro y me dejó partir.
Fue entonces cuando la dueña de la casa me entregó a mis nuevos dueños. Al parecer ni siquiera les dijo mi nombre. Partí con mi hocico pegado al vidrio como queriendo congelar ese momento, para que permaneciera en mi memoria para siempre.
CUENTO EXTRAIDO DE VIDA DE PERROS
Por Carolina Aldunce, 2005
©® Carolina Aldunce
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