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-¿Podrías esperarme quince minutos?
-Claro, no hay problema, acá me quedo leyendo el diario.
-¿Me pasas tus guantes?


Hacía frío para ser otoño, las calles estaban más grises que días anteriores, y lo extraño era que mis manos dentro de mi abrigo comenzaron a sudar de pronto, tal vez eran los nervios o el simple de hecho de este maldito clima, el camino no era largo, pero se empezó a vislumbrar eterno y nebuloso, sentí que alguien me llamaba.

-Marita ¿usted por acá?
-Vine a comprar fruta para mi pastelería… ejem… me voy tengo apuro.

En verdad lo tenía, además no quería que nadie me viera, pero ¡diablos! nadie sale tan temprano, y menos aquella señora, pero en fin eso no me preocupaba tanto, me preocupaba más el deslizarme rápidamente por estas calles solitarias, además Julián me esperaba para el desayuno y tenía que regresar antes que terminará de leer el diario, caminé cada vez más rápido y cogí fuerte mi bolso como si éste me condujera a la casa de Enrique,

-¡Ay!, niño ten cuidado…

Tuve que recoger mi bolso que al caer la tela se había rasgado supongo por la fuerza de las cosas que llevaba dentro, el niño me alcanzo unas tijeras que habían salido por el agujero, lo miré con furia y levantándolas como si se las quisiera clavar en los ojos luego me reí, y caminé nuevamente, prendí un cigarrillo casi temblando y avancé mirando los árboles cercanos a mi lugar de destino.

-Por fin.

Cogí las llaves y entre a su casa.































































































-Juli án he regresado, tus guantes quirúrgicos se rompieron, dije mientras dejaba las bolsas en el piso
-Pensé que eran de buena calidad, Oye… tienes manchas de sangre en el zapato.