En la lenta vigilia
los rasgos de tu cara,
aquel leve momento,
volteaban entre
las cuatro esquinas
de la cama:
inútilmente sonó
el espantador de sueños,
ignorando, acaso
que, con los ojos abiertos
las ilusiones traspasan
el umbral de lo real
al llegar el alba.

No encontré sosiego
y, al llegar del día
su justa mitad,
te recordé que existía.

Con la seguridad
que daba creerte
dueña de la identidad,
persuadí a ambas
ante la necesidad
de resolver la incógnita
y descubrir si encajabas.

Fijado el encuentro,
mientras cubría miembros,
el alma, desnuda,
giraba en la ruleta
de la ignorancia.

Frente a la manecilla
de la pesada puerta
que conocía tu apariencia,
respiré coraje...
...entré...

Apenas dos pasos, te ví.
(Temblaron los cimientos)

Lo que minutos antes
parecía ficticia
elucubración del alma
se había materializado
en el interior
de un minúsculo antro.

(Como gelatinas,
oscilaban las piernas)

De espaldas, en la barra,
esperaba que vinieras
y me dijeras
que tu apelativo
atendía al de Andrea.

(Respondí al grito
de mi denominación)

Deshubicada, respondías
a otro nombre.

(Me perdí la parte
en la que salía
que eras tú
la que me escribía).

Tu gesto de niña
traviesa, arrepentida
sólo permitía
reirse y dar
por válida tu acción.

Desde el principio
me vi compartiendo
todo, contigo.

(No te quería)

En los vastos dominios
de mi ánima
sonaba una melodía
en la que el rudo
señor que manda
presagiaba, con firmeza
que te veía
su digna dueña.

(Supe que podría amarte)

No eternicé la despedida
ya que, pese
a estar silla con silla,
intercambiamos, apenas
dos frases seguidas.
No era tan intrépida
como para contarte
que tu imagen
había eclipsado al astro
que da luz a mi día.

Me despedía colocando
mi manos en tu espalda;
pánico me daba
despedirme, con un beso,
no fueran a sucumbir
mis labios

(En el firmamento lucía
la luna, plena)