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30 años de la implantación del horror como forma de vida. Afortunada, quizás, viví sólo 20. Y a tan tierna edad, tengo la piel desgarrada en treinta mil lugares. Tengo treinta mil lágrimas que pugnan por salir. Tengo treinta mil historias que podría haber vivido, o, (al menos), haber escrito. Treinta mil profesores, treinta mil padres, treinta mil hermanos que jamás conocí. Cuatrocientos compañeros de juego escondidos bajo un manto de oscuridad y mentira.
20 años de aquellos dolorosos 30, y sin embargo me siento culpable. Me hago cargo de la culpa que los asesinos son incapaces de sentir. Soy culpable, quiera o no, de haber nacido tarde. De no haber podido luchar, de no haber podido gritar, de no haber estado al lado de ellos, codo a codo, a cada paso del camino. De no haber sufrido yo aquel nefasto destino, con tal de salvar a alguno. De que no sea mi madre la que luzca un pañuelo blanco, con la frente en alto, denunciando a voz en cuello lo que nadie quiere oir.
Treinta mil dolores sin funeral. Treinta mil voces que creyeron apagar, pero siguen gritando. Treinta mil picanas que no quemaron las ideas.
Treinta mil colores de ojos, de pelo.
Treinta mil compatriotas.
Treinta mil seres humanos.
Y tantas impunidades, indultos, leyes, y tramoyas burocráticas que pretenden borrar la sangre indeleble que mancha las manos, que abona los suelos, que enaltece a las madres, que queda grabada en muchas más de treinta mil memorias.
Es mi compromiso no olvidar ni perdonar. Es mi compromiso, expiando la culpa de no haber estado cuando era necesario, levantar treinta mil antorchas, treinta mil banderas, y seguir luchando por una realidad distinta, más justa, más libre, más humana. Es mi compromiso pedir castigo para todos los que deshonraron nuestra nación, exterminando gente que valía la pena, y condenado a las generaciones venideras al hambre y la ignorancia, a una vida cercenada por un neliberalismo inhumano. Es mi compromiso educarme y educar a otros, para que la enseñanza vuelva a ser lo que una vez fue, lo que ellos querían que fuera, y no esta farsa funcional al sistema. Es mi compromiso desgarrarme la garganta, quemarme las pestañas, abrir los ojos y extender las manos. Es mi compromiso volver a buscar aquello que nos obligaron a dejar de buscar, alejandome del miedo que durante treinta años cumplió con el plan metódico de paralizar las alternativas, las ideas, los sentimientos. Recuperando la historia en lucha, que es muy distinta de aquella que quisieron implantar, que hablaba de ocho mil "excesos", de dos demonios y del "algo habrán hecho".
Treinta años, aún para alguien de 20, no es tanto tiempo. Las heridas siguen latentes, y todavía resuenan treinta mil aullidos en mis oídos. Por eso, me uno con todo lo que tengo para dar al "NUNCA MAS" que atraviesa la república y el mundo. Porque se olvidaron que las ideas no se matan, aún en un genocidio. En mí, y en tantos otros, vive el germen de algo nuevo, que crecerá en libertad, abrigado contra viento y marea. Así se hará honor finalmente a las 30.000 vidas derramadas inútilmente por botas genocidas que, espero, verán el fin de sus días humillados y repudiados, en cárceles comunes, con condenas perpetuas y efectivas.
¡Nunca más! Ni olvido, ni perdón.
24-03-06

Texto agregado el 28-03-2006, y leído por 120 visitantes. (0 votos)


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