Desde que yo recuerdo mi abuela tiene la misma cara: arrugadita, arrugadita, y lleva el pelo largo recogido en un molote. Tal vez por eso cuando colgó en pared de la sala un cuadro que había mandado pintar donde aparecen ella y el abuelo me sorprendí tanto. Ahí estaba una muchacha de ojos grandes y labios rojos con el pelo hasta los hombros, nada que ver con la chaparrita desdentada que miraba feliz la pintura aquella.
Ella dice que es especial, una especie de bruja buena, siempre nos enseña a los nietos la marca en su mano, una cruz, dice que eso la protegerá contra cualquier maldad. No sé si sea verdad lo que dice, pero ¡parece que sabe todo!, siempre sabe donde nos escondemos cuando estamos enfermos y quieren inyectarnos, sabe cuando mentimos y también sabe como convencernos de comer hígado, zanahorias y otras verduras horribles, nos inventa unos cuentotes y terminamos tan contentos tragándonos todo. Es capaz de convencer hasta a mi abuelo de que le cambie a la tele en pleno partido de beisbol para que la deje ver la novela.
Mis abuelos no son como los que salen en la tele, siempre sonrientes, bonachones, haciéndose cariñitos y consintiendo a sus nietos. Bueno, no puedo decir que no nos consientan, pero sí que no son como los de la tele. Creo que nunca los he oído decirse algo lindo ni mucho menos darse un besito, pero una vez vi a mi abuela darle una patada en el trasero a mi abuelo porque se estaba riendo de ella y una vez también, él se sentó a platicar conmigo y me dijo que me imaginara la nada, “¿qué tan grande es?”, me preguntó, yo le respondí que muchísimo, que no se podía medir, “así quiero yo a tu nana, pero no se lo digas.” Y no lo hice.
Mi abuelo es medio extraño, no puedo decir que sé cosas de él de cuando joven, pero sí puedo decir como es que quiere ser enterrado: su camisa de franela de cuadros rojos, pantalón de mezclilla y con música de banda. Siempre está vestido así, con pantalón de mezclilla o pana, limpísimo, oloroso, es muy pesado para eso, todo tiene que estar muy bien planchado. Habla mucho de La Colorada, un pueblo de aquí cerquita, pero yo nunca le he visto salir de la ciudad, es más, ni siquiera le he visto ir a la tienda o al super más cercano, sólo le gusta sentarse afuera de su casa a ver pasar lo autos. A mí también me gusta hacerlo, apostamos entre los primos para ver quién adivina el color del próximo auto y nos emocionamos cuando el color que elegimos es el ganador. Es fácil, casi siempre son rojos, azules o blancos, es lo más común supongo. Me pregunto si mi abuelo también tratará de adivinar el color de los carros que pasan. Ni idea, pero sí sé que le gusta apostar, conmigo apuesta desde hace años al beisbol, nunca paga, pero siempre pregunta cuanto me debe. Algo es algo, ¿no?
Este fin de semana lo pasaré enterito aquí, en casa de los abuelos. Me gusta venir, siempre está lleno de gente y parece fiesta, y cómo no, si tengo 8 tías y 2 tíos, lo que trae como consecuencia una multitud de primos también. Yo soy la mayor de todos y mi mamá es la mayor de mis tíos y mi abuela la mayor de sus hermanos, probablemente cuando tenga mi primer hijo sea una mujer también, digo, es bonito seguir la tradición.
La casa no es muy bonita que digamos, la fueron construyendo por pedacitos y está rarísima, eso sí, me encanta porque tiene una terraza grandísima donde bailo y bailo con mis tías y primas, además, arriba tiene ventanas azules, como la casa de la abuelita de caperucita roja. No es que el vidrio sea azul, pero, como no tenían cortinas, mis tías las pintaron para que los de enfrente no las vieran dormir, no importa, ¡son azules!
Casi todas mis tías tienen novio. Las más chicas no, porque solo me llevan unos cuantos años, no pueden tener novio entonces. Las que tienen novio no pueden salir solas, así que la mayoría de las veces me toca acompañarlos a dar la vuelta. También tengo la nada agradable tarea de ir a gritarles a la calle “¡dice mi nana que ya es noche!”, con lo cual el novio debe entender que es hora de irse. Uno de ellos me regaló un huesito con una cadenita para usar en el cuello, bien bonita. Qué lástima que mi tía ya lo cambió por otro novio.
Una de mis tías tiene tos, eso significa que esta noche todas tomaremos leche caliente con miel y ajo, un remedio que mi abuela inventó para curar la tos. Mis tías me odian, porque si mi abuela no se acuerda de dárnosla yo siempre le recuerdo. Es que la verdad sabe muy bien, todo es cuestión de taparse la nariz.
La última vez que dormí aquí estuve enferma. Hubo de cenar papas, muchas papas con catsup y yo me las comí todas. Me dolía el estómago, la cabeza me pesaba y sentía que toda la cena se me quería salir por todos lados, para colmo la curandera de mi abuela, que hace inventarajos y brebajes para todo, dijo que me curaría, así que me puso unas rodajas de papa a los lados de la frente, unos “chiqueadores” de papa. De sólo olerlas corrí al baño a vomitar. Al final sí funcionó su remedio porque me sentí mejor.
Se hace tarde. Pronto vendrá mi papá por mi mamá y mis hermanos. Debemos preparar la última bailada en la terraza antes de que mi abuela nos llame a cenar. Sólo espero que hoy no haga papas.
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