En un día como cualquier otro sin aparentes cambios, después de presentar dos o tres parciales en la universidad, y luego de abandonar la flota, me dirigía a casa en un bus urbano, mirando sin mirar a través de la ventana el paisaje de edificios y cemento que me ofrecía una avenida en el norte de la ciudad. Era un día soleado, el bochorno me adormecía, por eso luego de una hora o talvez más, la baba me escurría por la quijada depositando una gota grotesca en mi saco. Un breve sacudón, como los que saben dar los buseteros de Bogotá me despertó de mi letargo. Fue entonces cuando me di cuenta que sólo había avanzado unas pocas cuadras, el trancon era insoportable, y aunque ya estaba acostumbrada a que esto sucediera sin razón alguna; un estrellón, un terremoto, inundación, que se yo, algo trágico o no pero algo, este nudo en especial ya era extremo.

La gente desesperada miraba sus relojes, unos maldecían otros se revolvían cual si tuvieran pulgas en sus traseros y otros más audaces se bajaban y corrían. Yo en cambio no me inmutaba, seguía embelesada escuchando mi emisora favorita - la X -, igual no tenía ninguna prisa por llegar; ya que ningún chico me esperaba, las series nacionales no eran precisamente mi prioridad, el escuchar las mismas estupideces de otros por teléfono me aburría, ya era suficientes con las mías. En fin, recline mi cabeza contra el vidrio tratando de dilucidar lo que sucedía, claro esta que sin preocuparme demasiado.

Más tarde cuando por fin alcanzamos la glorieta, me di cuenta que ese día si había ocurrido algo. Un accidente, atraía la morbosidad de varios curiosos interesados en ver el sufrimiento de los demás. Yo en cambio pensaba que un muerto más no restaría mucho a la población colombiana. Sin embargo cambie mi mente cuando algo especial capto mi atención. Una BMW X5 verde oscuro permanecía aún atravesada en mitad del rhomboid, frente a ella una bicicleta TREK todo terreno, cuyos radios expandían de vez en cuando rayos de luz, estaba tirada en el piso con una joven quien yacía de lado; un chorro de sangre espesa salía de su cabeza mezclándose con el polvo de la calle. Imagen que me hubiese sido indiferente, al no ser por el reconocimiento que hice de la victima.

Atónita baje despacio del bus, camine tambaleante hacia el lugar, me abrí espacio entre el tumulto y me sitúe en primera fila. Sólo miraba, me fijaba en cada detalle, intentaba recrear la escena, pero era inútil, lo único que logre fueron recuerdos, cuyas imágenes se asomaban a mi cerebro cual relámpagos.

Me acordaba de aquella niña que debía tener unos trece años, cuando su madre le regalo esa bicicleta, sus ojos brillaban al observarla, mientras sus manos acariciaban con ternura todo el marco rosado con blanco, el sillín y las llantas negras, los rines cromados, la ausencia de cambios y uno que otro stickers de ositos. A partir de entonces, dicha bicicleta se convirtió es su compañera de aventuras, y así la llamaba “mi aventurera”, juntas exploraban los terrenos más adversos y peligrosos, competían con cualquier deportista en aquellos días festivos, y ni mencionar los sustos que padecía su familia cuando la veían bajar a toda velocidad por algunas calles empinadas. Ella adoraba su bicicleta, decía que era de la única forma que se sentía libre, amaba sentir el viento golpeando su cara y desordenando sus cabellos, añoraba sentir su corazón palpitando a mil por hora y la alegría de no obedecer sino a sus propias fuerzas.

Estando en tales evocaciones, escuche a los agentes haciendo las preguntas de rigor. Varios testigos daban sus testimonios. No obstante, uno de ellos describió con más detalle lo ocurrido. Preste atención pues me urgía saber lo que había pasado. El decía que la joven, quien tenía la vía, venía pedaleando a toda velocidad, - se nota que llevaba un recorrido largo, pues varias gotas de sudor rodaban por sus mejillas -, explicaba. De repente el conductor imprudente de la camioneta, violó el semáforo, entonces sólo se escucho un choque seco, sin mayor espaviento, cuya consecuencia se reflejaba en tan triste final.

Una vez el hombre terminó de hablar, sentí que me desvanecía, que se devolvía el tiempo, que se me iban las luces y todos los contornos se borraban. Entonces abrí y cerré los ojos para tratar de aclarar mi mente. Ya no sentía ningún mareo, por tanto, preferí alejarme, salir de la multitud. Y me senté a tomar un vaso de agua en la primera tienda que encontré. Después baje la mirada observándome desde la punta de los tennis hasta mi pecho, ahora era claro, la chica del accidente repetía mis medidas, mi peso, mi ropa, mis ojos, la expresión congelada de mi miedo. Incluso, esos hierros torcidos se parecían muchísimo a mi bicicleta.

No quedaba duda, era mi cadáver el que inerme protagonizaba tal escena. Dos horas después la fiscalía disponía todo para levantar el cuerpo, ya era suficiente el estorbo que estaba haciendo. La sirena empezó a sonar, la gente se dispuso a abandonar el espectáculo para seguir en sus diarias labores y olvidar en instantes lo ocurrido, mientras que yo turbada e indefensa me percataba de cómo seguía el mundo sin mi.