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Dulces, silenciosas, cálidas e incluso hieráticas. Así son esas gotas de lluvia que después de tantos meses de sequía me hacen compañía en estas húmedas tardes de otoño. Añoradas, subversivas y a la vez tan necesarias.
Nuestras lágrimas son como ese agua: tardan en precipitarse al vacío tras un intervalo de tiempo de angustiosa espera. El cielo gris como nuestra alma, y las nubes engordan como el nudo de nuestra garganta. Poco a poco van resbalándose desde el cielo, chocan con las aves, rozan el viento que les hace compañía hasta llegar a las más altas montañas, hasta tocar la hambrienta tierra seca que las absorbe con la fiereza más dura y salvaje de la naturaleza, que sin duda, aguarda a completar un ciclo que se hallaba interrumpido.
Las lágrimas brotan de nuestros ojos con la misma delicadeza, con el mismo trabajo costoso y con la misma melancolía. Aparecen ante un estado de tristeza, aunque también por la alegría, pero siempre lo hacen del mismo modo. Inundan nuestro corazón y lentamente bajan por nuestra mejilla con la ilusión de ser absorbidas también. No ya por la tierra, pero si por una mano amiga, por un roce amistoso, con una caricia o incluso con la fuerza de unos labios que recorran nuestro rostro.
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Texto agregado el 27-03-2006, y leído por 99
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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11-04-2006 |
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Ay, las lágrimas, cuanto se puede escribir al respecto... Saludos Nomecreona |
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