Buenos días amables pasajeros (mientras se sube al bus), disculpen que venga a interrumpirles en un día como hoy. Miren, yo era un marero (pandillero) y me dedicaba al asesinato, al robo, al secuestro y a las violaciones. Además, antes yo les obligaba a ustedes, revólver en mano, a entregarme su dinero. Pero fíjense que hace un tiempo fui herido por unos delincuentes de la Mara 18 y estuve al borde de la muerte. Como pueden ver (y enseña una espantosa cicatriz que corre desde el pecho hasta el vientre), casi pierdo la vida. Ahora me he regenerado y si subo a este bus con la complacencia del señor conductor es para dar testimonio de mi nueva vida y para pedirles su ayuda de manera voluntaria. Yo estuve en la cárcel. Allí fui maltratado, golpeado y también... bueno a nadie de aquí le importa mi vida íntima. Y en la cárcel conocí la palabra de Dios y por medio de ella fui salvo. Porque, señores y señoras, señor motorista, legiones de demonios habitaban mi corazón. Pero la gracia de Jesús el Cristo fue derramada sobre mí y, ahora, puedo llamarme con alegría y regocijo un varón de Dios, al servicio de su obra y de su reino. Es por eso que hoy, con la frente en alto, puedo asegurar que gracias a gentes como ustedes podré seguir en este camino que me ha mostrado Jesucristo, el que ayunó por 40 días en el desierto y que no claudicó ante ninguna de las tentaciones que el blodia le interpuso. El mismo Señor que curó enfermos y paralíticos y el que con su poder y fe, resucitó a Lázaro de entre los muertos. Hermanos y hermanas en Cristo: ahora quiero hacerme cargo de mi familia. Y es que mi hijo más pequeño contrajo las fiebres la semana pasada y está en el hospital y los medicamentos son carísimos. Mi anciana y querida madre está postrada en una cama porque se cayó y se rompió la pierna derecha y ya no puede trabajar. Mi hermano menor cayó en el flagelo de las drogas y abandonó por ellas a toda su familia y, ahora, se dedica a pedir limosna por las calles y a buscar el sustento diario en los tanques de basura. Mi padre, que es alcohólico y que siempre nos maltrató cuando éramos niños, contrajo sida y está al borde de la muerte y yo soy el único sustento de toda mi familia. Es por ello que les pido su ayuda y quiero que me den su dinero (todo de ser posible) sin que yo les obligue. Ahora, les solicito de manera muy respetuosa, que mientras paso por sus asientos, me entreguen sus carteras, joyas, dinero y todo aquello que tenga algún valor. Espero del señor conductor y de ustedes señores pasajeros su comprensión y, de nuevo, agradezco su atención y amabilidad. Que tengan todos un feliz retorno a casa y que El Señor les bendiga por su generoso corazón. Ruego que todo aquello que me entreguen hoy, Jesús se los prospere al ciento por uno, como está dicho en las sagradas escrituras porque Dios bendice al dador alegre...
San Salvador, 1 de diciembre de 2003 |