Falta por aclarar la posibilidad de vínculo entre aquí (lo terrestre – al usar la palabra terrestre me refiero a lo conocido como mundo -) y lo no aquí.
Quizás lo de aquí (el mundo, lo terrestre, lo terrícola, lo mundano) sea más una facultad interpretativa humana del mundo. Con esto digo que lo que conocemos como el “mundo” dice más del ser humano que interpreta al mundo, es decir: dice más del interpretador que de lo interpretado. Quizás puedo decir: El mundo es “nuestro” modo de interpretar el mundo. Modo que “aprendemos”. Porque lo “aprendemos” y funciona (funcionamos en “él”), es nuestro. Porque es nuestro y funciona es real. Por lo tanto no tiene que haber dudas de que “nuestro” mundo = mundo. Sin embargo, el espacio del cual se toma una interpretación a la que se le llama “mundo”, continúa vigente en su modo original y continúa abierto a toda cualquier otra posibilidad de interpretación (como lo constatamos al toparnos con otras culturas – el problema radica en que al hacerlo intentamos hacer nuestras esas otras culturas en lugar de enfrentar la relatividad de la nuestra – tarea imposible). No sólo eso, pareciera que dicho espacio (que es el mundo anterior a toda interpretación a la que se le llame mundo) posee la facultad de dar forma a todo individuo interpretador, siempre y cuando éste esté fuera o al menos dude originariamente de “nuestro” “mundo”. Mediante un acto de clarividencia no es imposible constatar que fuera de “nuestro” “mundo” hay todo un mundo, pero ese mundo (ese otro mundo) no hace parte de “nuestro” “mundo”. Ese otro mundo que, es la facultad del mundo (así como la facultad de la tierra es hacer la semilla crecer y transformar en nutriente la materia muerta, amén de otros “accidentes”) no es de “aquí”; no cabe dentro de una interpretación consensuada del mundo, se halla “fuera” del “mundo” y no es de aquí.
No es el hombre el que hace al hombre. El hombre (o la mujer) se hace siendo un interpretador en una relación directa y auténticamente personal con aquello que interpreta, ese acto le da al hombre su utilidad, su forma como ser ¿Para qué adherirse a otra interpretación? ¿No es otra interpretación un acto ajeno? ¿Podemos ser perdiendo nuestro acto? ¿Podemos ser sin acto y caer en el creer y en el ser fiel en el creer perdiendo la facultad de ser para pasar a la de obedecer adquiriendo terror, castigo y culpa por tener siquiera la sospecha de la facultad de ejercer nuestro propio acto? Nuestro acto (mi acto) es el “Yo soy” es mi interpretación del mundo desde lo que soy lo cual me ubica en él desde lo que soy y, por ser acto dicho acto de interpretación obtengo una forma, que es mi forma, tomando en cuenta que se trata del mundo, no de “nuestro” “mundo”. Es decir: se trata de un mundo que no es de este mundo. De un mundo (existente) que está fuera de este mundo. Y está fuera de este mundo porque lo que llamamos “nuestro” “mundo” es el consenso y, al haber eliminado todo lo que esté fuera del consenso no nos queda más que un mundo que es una interpretación, un mundo muy poco satisfactorio, por cierto.
El mundo es un espacio vacío, un cuadrilátero para el asesinato, es una zona muerta, un espacio sin energía. En el mundo no hay energía, no se concibe a dos.
Pero fuera del mundo hay energía, mucha energía. Se vive en un espacio lleno de energía y el organismo entero del individuo que vive fuera de este mundo transuda energía porque ya todo lo que está fuera de este mundo y que es la facultad propia del mundo le da una forma (una función), y entonces el individuo vibra lleno de energía como un loco nauseabundo para asustar a los chicuelos de este mundo, pues.
No hay más placer.
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