A sólo dos miserables cuentos de los mil relatos, mis musas se han fugado de mi inspiración, han desaparecido de improviso, dejando los renglones en blanco y mi mente a la deriva. Ellas piensan, sin que yo les haya manifestado algún motivo aparente, que batir ese record es mi verdadero afán y han decidido hacer valer su derecho a participar de esa dudosa gloria. Seguramente van a aparecer muy luego con pancartas, exigiendo variadas reivindicaciones para sí, menciones y agradecimientos en el pie de página de todos mis cuentos y repartición de los honorarios en un futuro remoto. ¿Habráse visto mayor desvergüenza?
En primer lugar, el llegar a los mil relatos no me abre ninguna puerta a la fama ni tampoco es lo que pretendo, puesto que una vez que la cifra esa aparezca en mi resumen, me sentiré agobiado ante la posibilidad de tener que escribir otros mil relatos para igualar esa cifra. Pero ellas no conocen de razonamientos y lo único que saben es revolotear sobre mi cabeza, exudando ese concentrado de letras en que me empapo para darles un significado coherente. Claro, es grato tenerlas sobre mi hombro sugiriéndome figuras y remembranzas, soplando en mis oídos delicadezas que después plasmo en la pantalla o en el papel, es exquisito amarlas para después recrear pasionales escritos y es excitante sentir sus susurros malévolos dictándome atroces argumentos. No lo puedo negar, sin ellas yo no existo pero, como siempre sucede, esa dependencia tiene un alto costo.
No les exigiré que regresen porque no lo harán. En estos momentos deben andar divagando en alguna región desconocida y como se han declarado en huelga, sus brazos deben colgar a cada costado de sus sedosas vestimentas y con sus ojos en blanco y sus labios sellados, caminarán, flotarán o sobrevolarán ese espacio misterioso nimbado de silencios que es la pre-creación.
Sé que regresarán y lo harán en tropel. Aparecerán cuando escriba la última línea de mi cuento número mil. Entonces ingresarán glamorosas y sonrientes para recibir las preseas de los aplausos y felicitaciones. Yo seré indiferente, haré cuentas que no existen y aunque traten de provocarme con sonrisitas y guiños, seguiré escribiendo para hacerles ver que puedo arreglármelas sin ellas. Entonces se subirán a mi grupa, me suspirarán al oído, me harán cosquillas, pero seré fuerte y no les haré caso. Cuando se cansen de provocarme, les preguntaré con gesto de hastío: -¿Han regresado? ¡Mira que sorpresa! Y yo que pensaba batírmelas solo en mis próximos mil cuentos. Entonces ellas se apegarán a mi cuerpo, me acariciarán con sus deditos alados y me suplicarán que no las abandone. Y yo sonreiré complaciente y las sentaré en mis piernas, feliz de restablecer una relación que permite que mis fantasías salgan a la luz para que ustedes conozcan también a estas caprichosas musas mías que a veces se alborotan y me dejan escribiendo solo, lo que sucede muy a menudo, si bien pueden ustedes darse cuenta…
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