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Me muero, sí me muero. La luz del sol me aclama y ya puedo oír las voces de los ya caídos pronun-ciando mi nombre. El dolor va adormeciendo mis sentidos y la lucidez se me escapa, a lo igual que mi alma. Desenvaino mi espada azotando la nada, ansiando asestarle un golpe fatal a la muerte. Ella nada me trata de seducir. ¡Aléjate de mí! No te quiero sentir cerca. Sin embargo, el agotamiento pide mi rendición.

La herida que me está matando, la siento como si mil agujas se estuvieran amontonando para entrar a través de ella al interior de mi cuerpo. El olor a sangre lo siento hasta en mi garganta.

No me quiero resignar a morir sin pelear, quiero morir peleando. Que el enemigo me dé muerte de un solo golpe. Nací para eso, como el poeta para hacer poesía, y el sabio para enseñar. Yo nací para morir peleando.

Sí... el descanso de toda una vida de luchador, qué sueño tan hermoso y esto se ha convertido en mi máxima aspiración. Batir mi espada a los cuatro vientos, golpeando a mil hombres, hiriéndolos, matándolos. Demostrando mi pasión por la lucha. Ser uno con mi afilada y hermosa espada.

Mi espada, quien para mí ha sido mi más dulce compañera, mi dama de hierro, y bella como la luna. Resplandece con el sol en los campos de batalla, y arde de pasión al atardecer. Mi confidente y aliada, mi amiga y amante, todo lo que cualquier soldado como yo ama tanto como a su vida. No me quiero separar de ella cuando muera, pero mis latidos ya están contados.

Las piernas me tiemblan y caigo. La hora me está llegando. ¡No!, Pero sí. No sé qué pensar. La agonía y el dolor me están debilitando, el sueño me condena, obligando a cerrar los párpados.

No me debo dejar llevar por el sueño, no, pero es algo que no puedo evitar. Los volví a abrir, y tomé mi espada. Apoyé la espalda contra el árbol que se erigía detrás de mí. Me traté de reincorporar, pero el peso de mi cuerpo ya no podía ser soportado por mis piernas, tengo mucho sueño, mucho sueño. El dolor va desapareciendo, y todo a mi alrededor se está volviendo confuso. Los ojos se me estaban cerrando, no los podía abrir, era como si cada párpado pesara una tonelada. Estoy mal.

Levanté un brazo. Y me lo puse sobre el pecho. Me toqué la herida y me miré la mano. Estaba em-papada de sangre. Miré hacia mi espada. Ahí estaba, tirada en el suelo. Indiferente y fría como siempre. Pero ni aún su indiferencia podía romper el amor que siento por ella. Es fuerte, más que la muerte.

Los ojos se me cerraron, y un rumor de voces del pasado giraba en torno a mis oídos. Pero al ce-rrarlos, en vez de vez oscuridad, vi luz, tanta luz como si estuviera mirando el sol. ¡Oh, bella valkiria! Me conduces a donde mi padre se fue. Mi llaga abierta ya no emanaba sangre y el dolor ha desapa-recido, miré hacia el cinto y ahí estaba mi espada. Con ese aliento tomé valor, me dispuse a dar frente a la luz y di así el primer paso al frente…

Texto agregado el 26-03-2006, y leído por 155 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-03-2006 Mmmmm veo una referencia a lo que seria el paraiso y dios ¿que curioso? Muy bien escrito mis 5 KHY
 
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