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Sin haber terminado la fiesta, la dama vestida de blanco quiso llegar a su cuarto de recién casada. Entregar su virginidad al hombre que amaba era su meta y lo haría de modo sorpresivo. No quería aparecer ante los ojos de su esposo como una conocedora del sexo, pero tampoco como una niña asustada. Así que había planeado meterse en la cama antes que él y esperarlo.

El baile le había provocado excitación y el champaña le había quitado todo miedo. Con risa picaresca y demasiados tragos, trató de escabullirse entre los invitados. No pudo pasar inadvertida. Era el centro de la celebración. Se excusó en cada interrupción diciendo que debía ir al sanitario. Buscó con la mirada a su esposo. Despreocupado bailaba con una invitada. Salió del lugar. En recepción pidió su pequeña maleta. Tomó el ascensor y llegó al piso siete. Puerta por puerta buscó el número de la habitación separada por su esposo para la luna de miel. Al tratar de introducir la llave en la cerradura notó que la puerta se abrió pausadamente. Encendió la luz y quedó maravillada con el lugar. Especialmente con la cama en forma de corazón, los espejos en el techo y el aroma de rosas en el ambiente.

Abrió entusiasmada la maleta. Sacó de ella una minúscula bata de dormir. Se quitó el traje blanco y su cuerpo esbelto pareció iluminar la habitación. Tomó un rápido baño, se perfumó hasta en sus áreas más intimas y se vistió cuidadosamente la bata, asegurándose de que ningún encaje sufriera daño. Su ropa interior haría ver más interesante su cuerpo: ella lo comprendió desde que la escogió para su primera noche.


Acentuó su maquillaje y apagó las luces. Sólo restaba que su esposo llegara. Le llamó al teléfono celular y le pidió con voz zalamera que subiera a su encuentro. A pesar del ruido de la música escuchó de la boca del recién desposado la promesa de subir. Al recostarse en la cama recordó todas esas canciones que hablan del sexo como la mayor demostración de amor. Sentiría esa noche
-pensó- al ser apasionado o a la fiera descontrolada que había, no sólo en su esposo, también en ella misma. Sonrió al recordar orgullosa, que había vencido toda tentación para llegar virgen al matrimonio.

La claridad que entró por la puerta al abrirse la asustó y la confortó al mismo tiempo. El momento había llegado. Sin darse cuenta se llevó la mano a su intimidad, y se acarició. Vio la sombra de él atravesando toda la habitación hasta llegar al cuarto de baño. Allí cerró la puerta, encendió la luz y se escuchó el agua brotar de la regadera. Extrañada de que su cónyuge ni siquiera la buscara, se acurrucó entre las sabanas y se dedicó a esperar durante nueve eternos minutos a que su marido terminara de bañarse.
El hombre salió del baño y sin preocuparse de la oscuridad se sentó en la cama. Al sentir el cuerpo de la recién desposada se apartó un poco. La escuchó preguntarle:
— “¿Qué sucede? ¿Acaso no deseas este momento como yo? Anda, ven a mi lado”
— ¿Has bebido un poco? No estoy seguro de...
— Ven acá —
exigió ella interrumpiéndolo.

Sus brazos rodearon el cuello masculino y ambas bocas se juntaron. Beso tras beso la invisible red del amor se tendió sobre ellos. Desnudos, las caricias se tornaban de repente sutiles y de momento desenfrenadas. Con desesperación, se sintió levantada en vilo. El hombre tiró de la mujer y haciendo que cayera sobre su cuerpo le hizo sentir la perdida de la virginidad. Con movimientos profundos y repetidos se convirtió en juguete del masculino vigor. Cuando la cima del placer estaba cerca, ella, acompañada de intensos gemidos dejó escapar de su boca un “Te amo”. Su éxtasis los condujo al punto del no retorno y con explosión de sensaciones terminaron en inequívoca dicha placentera. Sus cuerpos abrazados quedaron levitando en el cielo, ella se quedó dormida primero; él después de tomar un baño.

En la mañana cuando ella abrió los ojos divisó en el techo cubierto de espejos su cuerpo desnudo y el de su enamorado. No creyó lo que observó. Para cerciorarse fue mirándolo con disimulo. Evaluó las facciones del hombre profundamente dormido y el cuerpo fornido; acompañado de un pecho lleno de vellos. Virilmente, más que bien dotado, desproporcionado. El pene, aún sin estar erecto, era el sueño de sus amigas en la despedida de soltera que le hicieron noches antes. Victima de miedo cayó en desenfrenado llanto. Su acompañante despertó asustado ante el ataque de histeria y preguntó que sucedía.

Ella, sin dejar de llorar le cuestionó:

—¿Fuiste tú quien me hizo suya anoche?
—¡Por supuesto! ¿quién más podría ser? ¿De qué hablas?


Ella se dejó caer abatida, se mordió los labios, al mismo tiempo que se secaba las lagrimas. El dolor de cabeza debido a lo mucho que había bebido la noche anterior sólo le dejó pensar:

“¡Coño!” Me equivoqué de cuarto.




®Angelo Negrón Falcón
Derechos reservados conforme a la ley
Taller Literario y de las Artes Inc.
Año 5 número cinco 1997

Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida total o parcialmente, ni almacenada o trasmitida por cualquier tipo de medio ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, registro u otros, sin la previa autorización del autor.





Texto agregado el 06-12-2003, y leído por 298 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
10-08-2007 Ohhhhhh Dios mío, es terribleeeeee*********** Victoria 6236013
31-10-2005 Uff, yo me esperaba otro incesto o algo así. Me has tenido con el alma en vilo. Selkis
04-01-2005 y tan larga espera para entregarse al equivocado tania16
26-11-2004 esta muy bueno pero la has cagado con el final, no tiene nada que ver con le clima que habías creado antes huebiera preferido que terminase con una violación o algo parecido, pero no cómico, la verdad que me retorció las visceras el cambio de sensación nazareno
17-04-2004 ummmm....bien narrado, previsible el final. Vale. bartlebymex
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