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Viaje a Dund-Us

Hastiado de la vida vulgar y cansina que durante 56 años ejercí en aquella tétrica oficina y previendo que Cloto, la Moira que hila, no me concedería muchos más plazos, decidí emprender aquel viaje, posiblemente sin retorno. Los pocos ahorros que otros me administraron los empleé en un billete de avión y otro de tren que me colocaron a la entrada de Ölgly, la primera gran ciudad de la frontera Oeste de Mongolia. Mi proyecto era avanzar, con los medios y ayudas que encontrase, hasta Choybalsan, situada en el otro extremo de ese gran país.
Al principio fui recogido por un lugareño, Enkhbayar, de unos 67 años, quien me ofreció compartir su carro de bueyes y el té con mantequilla.
Enkhbayar me informó que en la ciudades que me proponía visitar encontraría a gente “extraña” que había decido agruparse por “afinidades o caracteres”. Tras varias jornadas en la que apenas intercambiamos palabras (los mongoles son parcos en casi todo) decidí separarme de mi amigo para continuar hasta la próxima ciudad: Dund-Us.
No es el propósito de esta historia narrar las peripecias del trayecto, sino más bien, centrarme en las características de los habitantes con los que topé.
Cuando atravesé las Puerta Oeste de Dund-Us me encontré, literalmente, en la plaza de la ciudad. Noté cómo las conversaciones de los parroquianos se reducían a monólogos en los que unos contaban, y otros no escuchaban, todas aquellas cosas y acciones que un día pensaron realizar y que, por una u otra razón, jamás llegaron a emprender. Todos aquellos seres tenían una cosa en común: nunca iniciaron el camino que les conduciría a la conquista de sus sueños. Cada cual tenía una excusa que, con el paso de los años, ya había dejado de ser útil incluso para él mismo. Era una población anciana, (por mucho que algunos estuviesen en plena adolescencia) con cara de amargura y sentimiento de autodesprecio.
De vez en cuando alguien se subía a la tribuna y anunciaba con voz poderosa: “Mañana emprenderé un largo viaje en busca de la felicidad”. Pero todos sabían, ya que la mayoría había realizado aquella misma proclama, que el viaje jamás sería iniciado. En efecto, llegado el “mañana” el “valiente” tribuno del día anterior, proclamaba, también con voz poderosa y no exenta de fingida amargura, una excusa “poderosísima” que le impedía la partida.
Era gente no exenta de imaginación pero carente de energía espiritual para tomar las riendas de sí misma. Unos ponían como justificación el cuidado de sus ancianos padres, otros la recolección de la cosecha, o la atención del marido alcohólico. De hecho carecían de vidas propias. Se habían anclado a las de otros o a las del terruño para justificar sus miserables existencias.
Era normal que cuando la persona objeto de aquella especial atención moría, inmediatamente lo hacía el cuidador, ya que su vida había quedado sin sentido al perecer el objeto de su veneración. Otros se creían imprescindibles en sus respectivos trabajos que no podían abandonar ya que de hacerlo la administración de la ciudad se vendría abajo y el desorden y la matanza se adueñaría de la urbe. Cuando por la razón que fuese cesaban en “sus” trabajos no transcurría mucho tiempo antes de su fallecimiento.
En las raras ocasiones en que lograba que alguien me dirigiese la palabra me relataba que no tenía ni un minuto libre para sí mismo. Todo su tiempo dependía de los demás, de una u otra forma.
En mi interior pensaba: si una persona no es feliz o lo intenta, ¿cómo puede ser útil para otras?, ¿realmente existe con luz propia o es un mero satélite que sólo refleja la luz de una estrella?
Comprendí que allí reinaba la desesperanza, la cobardía y apatía y emprendí viaje hacia la ciudad de Altay a unas 180 millas al Suroeste.

Texto agregado el 25-03-2006, y leído por 219 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
26-03-2006 A lo mejor todos hemos estado. o estamos, en esa ciudad. margarita-zamudio
26-03-2006 Buenas preguntas para plantearse sea cuál sea la travesía que cada cuál vaya a realizar...Un llamado de alerta para no estancarse en un lugar así, sea cual sea su nombre. Seguir en la búsqueda de la propia felicidad, hasta el final. galabriela
25-03-2006 muy buena mafy
25-03-2006 Muy bueno, paisa. Es un relato fantástico de muchas personas que hay por el mundo. Lolasanabria
25-03-2006 Está genial, realmente hay muchas personas que deben vivir en Dund-Us y con las que nos cruzamos todos los días, a veces cuando me miro en un espejo, reconozco una. Besos y gracias por escribir tan bien. Mis estrellas. Magda gmmagdalena
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