Para los griegos el verbo “ver” y el verbo “conocer” estaban relacionados. Pero no eran exactamente lo mismo: el conocimiento refrendaba la vista. Los filósofos hablaban más del “conocer”, los poetas del “ver”. Unos hicieron dialéctica, otros, metáforas. Platón, Aristóteles distinguieron entre el buen y mal uso del conocimiento; Homero, Sófocles, se encargaron de hacer literatura la relación entre los ojos y el saber.
Pero ambas partes, dentro de una misma cultura, midieron el saber y la vista por su vastedad, su cortedad y su fecundidad; se veía mucho, se veía poco, se veía nada; se sabía mucho, se sabía poco, se sabía nada.
Como los griegos eran crueles y perfeccionistas, ni Sófocles ni Homero se tocaron el corazón para “castigar” el desconocimiento. Y más se ensañaron contra aquellos personajes – y sus ojos- que cometieron errores por ignorar su propio saber.
Al “Rey Edipo” Sófocles le hizo pagar caro por ignorar la vastedad de conocimientos que tenía, por no conducirse con grandeza ante su pueblo: el rey no se quedaba ciego por acostarse con su madre sino por dejar que su destino personal le guiase, olvidándose que su deber era gobernar, actuar, según el destino colectivo de su pueblo. Por olvidar que era un hombre público.
En resumidas cuentas el rey escarmentaba por haber abandonado su comarca buscando una verdad personal… dejaba el reino para saber si en efecto la mujer con la que se había acostado – y amado- era su madre.
Un segundo infortunado se encuentra en “La Odisea”, es el famoso “Polifemo”, “el Cíclope”, no era muy inteligente y se manejaba en dominios cortos, contrario a “Edipo”, este era solamente dueño y señor de una cueva. Sin embargo, cayó en la trampa de “Ulises” quien más inteligente y de vista amplia, lo embustió y le dejó ciego, en su propia guarida, del único ojo que tenía.
“Tiresias” es un caso distinto; éste era probablemente ciego de nacimiento, pero sus ojos los tenía en la lengua. Su lenguaje que constantemente perfeccionaba le permitió ver y conocer: hablando se trasladaba constantemente, de la tierra al “Hades” – infierno- , para conversar con dioses y con hombres. Se dice que este personaje, de corta participación en “la Ilíada” y “la Odisea”, era el mismo Homero.
Pero el ejemplo más romántico es seguramente el de “Ulises”… El guerrero y rey estaba perdido, en una isla, bajo el cautiverio impuesto por “Calipso”, “la diosa de diosas”, “de cabellos rizados”.
El conocimiento de “Ulises” era vasto pero no mal habido como el de “Edipo”, tampoco era poético y perfecto como el de “Tiresias”, que no necesitaba ojos, en la isla, su conocimiento era infecundo, porque estaba a la merced de los dioses, no de sí mismo.
Tenía nostalgia y su mente se trasladaba a su tierra, Ítaca, al sueño de encontrar a su esposa, a su hijo, a sus padres, a sus amigos.
Los dioses, a los que nadie podía castigar – se apuñalaban entre ellos- , después de mucho observarlo, descubrieron que el error no era de Ulises, sino de Poseidón. Y que el dios del mar había hecho pagar de una manera inadecuada al personaje.
Una divinidad se trasladó a la isla. Homero comprendió que los ojos de este hombre no podían recibir mayor castigo que haber visto la inmensidad del mar que partía su vida en la infinitud del horizonte. Sigilosamente, un dios llega a rescatarlo, lo observa, a los ojos: ¿Y qué se encuentra?
Que Ulises, no era egoísta ni tonto ni sabio, y que de sus ojos, porque estaba triste, lo que salía, eran lágrimas, que su conocimiento, se perdía en la infecundidad: el hombre, estaba en una isla.
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