SOBRE LA CASA INÚTIL

Un perfecto cubo de hueco concreto es mi casa. De dos pisos es mi casa. Cierro los ojos y estoy en su techo. Es una casa del desierto con techo plano. Desde la mitad del techo miro hacia donde apunta el frontis, como si fuera la proa de un barco y yo una especie de capitán. Una especie de casa con una especie de techo es una especie de barco con su especie de capitán.

Deseo entonces que desde la altura del suelo del segundo piso, o del techo del primero, se proyecten y construyan dos brazos, dos vigas de concreto. Primero es un par de entramados de fierro que se extienden hacia delante sin sentido aparente.

Mientras se van poblando de concreto comento a quien tengo a mi lado la alegría de materializar el anhelo de esas extensiones de hormigón armado. Me pregunta para que son, me exige una función. Yo cierro los ojos y me imagino en improbables gateos por sobre la viga de mi derecha, el viento queriendo lanzarme al suelo, mi penoso avance hasta el borde y, una vez ahí, dirigirme sostenido con dificultad por curiosas y desconocidas fuerzas hasta la mitad de la distancia que separa el final de cada columna. Mis brazos serán larguísimos, monstruosamente largos y me sostendré ahí, mirando hacia la parte trasera de la casa, enfrentando su frontis, a la distancia equivalente al largo de mi casa, de mi cubo de dos pisos que es mi especie de casa. Contrario a lo que pueda pensarse nada terminará con un gateo equivalente en el sentido opuesto por el tentáculo izquierdo. Nada.

Cierro mis ojos y soy una especie de instrumento musical suspendido para ser tocado por la voluntad del viento, los movimientos terrestres, el tiempo y su herrumbre. Se me ocurre que soy una imagen especular de mí enfrentándome. Yo, parado con los mesurados brazos colgando a cada lado, enfrentándome a yo, colgando con los brazos abiertos elevado en medio del aire delante de la casa. Yo mirando ese horizonte que no es horizonte sino la serie de cerros y nubes, enfrentándome a yo mirando otra serie de cerros y nubes. La contrapartida equivalente que termina de formar el valle. La mitad de un cerro. La mitad de una nube. La mitad que termina de formar ese otro espejo que contiene a mi espejo.

El concreto ya ha cubierto completamente al fierro ahora oculto, los brazos que encadenan están listos. Se acerca el momento de los improbables gateos y aun más improbables flotaciones y crucifixiones para musicalizar la visión de la mitad de cerros y nubes como flauta cansada de cuentos infantiles, que también agitó el viento.

Ese junto a mi, que en realidad es solo la voz que pregunta, me exige una vez más con su por qué. Yo estoy parado en un borde de la mitad de un techo mirando hacia un falso horizonte: veo los pseudópodos de hormigón armado proyectándose. Me gustan las líneas de infinito que se proyectan a partir de ellas, esas líneas de fuga que se unen al tiempo que se salen de este mundo. Me doy cuenta que es una mentira: estoy sobre mi casa terminada y vacía.

Cierro mis ojos y me doy cuenta de que es una especie de casa perfecta: perfectamente inútil.