¨El no ser perfecta, me hiere¨
Sylvia Plath
El catorce de julio, a las seis menos diez,
iré por todos tus álbumes, madre.
Por esas fotos tuyas,
que puedan servirle de mapa a otros
para conocerme la cara y las estrías de los muslos
cuando tome pastillas de más y no esté,
y no despierte y no envejezca.
Tú no me verás, seré electroplasma,
deslizándome por la cabecera que te sirve de trono.
Eres la reina, madre,
y yo la levedad que te acaricia los pies,
la que te revela que le tengo terror
a la pasión de la bala en mi cabeza,
al agua salada esponjándome los pulmones,
a que se me deshaga la piel al fuego.
No, definitivamente no quiero ser antorcha.
Y definitivamente no quiero tu llanto.
Sobrevíveme, te pido.
Así, tan elegante,
como cuando aún no cumplía los diecisiete
y partía de casa, con toda mi ropa
y seguridad de hogar en una bolsa de basura.
Sé que tus carnes ya caen, y algo de mí,
de tus cuatro hijos, cae con ellas.
Ese vientre, que me pareció tan cálido,
se deshidrata.
Somos esporas.
Los niños y yo somos esporas,
óvulos transfigurados que te alzan la voz,
que te retan y contradicen.
Mi hermana y yo somos dos Caínes que menstrúan,
y en ella veo la envidia,
quiere hacerse un abrigo
con la escasa cabellera de Abela,
colgarse del cuello todos sus dedos
como un apetitoso collar.
Somos monstruos, heredamos lo peor de ti:
la avaricia, el egoísmo, la temeridad, el hambre...
y lo mejor es nuestra tarjeta blanca,
para que dios nos perdone.
Yo quiero ser perdonada.
Me pego en la boca tu risa,
incrusto tus cuerdas vocales en mi garganta.
Canto, canto bonito.
Voy en la búsqueda del escéptico
que se caga encima si truena,
arranco mi imagen de todo piso brilloso,
no quiero que nadie me recuerde,
que nadie me conozca.
Espero, pacientemente, la fecha acordada
en mi partida de nacimiento,
para cerrar los ojos
y no dejar evidencia de mi paso
por donde nunca me han merecido. |