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Bueno... esta historia me pasó hoy... justo a la hora de almuerzo... Una de esas aburridas y estúpidas cosas de la vida que la hace menos monótona, aunque esas cosas estúpidas me persiguen, porque me pasan con inusitada frecuencia. De hecho, con tanta frecuencia, que puedo decir que en todos los días me puedo reír de mis propios despistes. Iré al grano para no hacerle perder más tiempo:

Como dije, era en la hora de almuerzo y yo salía del trabajo... como cualquier mortal a satisfacer la necesidad biológica de comer. Es muy primitiva y poco decorosa esa animal necesidad: mis tripas sonaban como rugidos de león y eso hacía ver mi aspecto más miserable. Entonces me pasé la mano por mi pegajoso pelo: Esta mañana no me había duchado... porque me quedé dormido y me desperté cuando me enteré que tenía quince minutos para llegar a trabajar. Me arrepentí de no haberlo hecho, por eso acudí discretamente al baño para mojarme algo el cabello para no verme tan sucio. En ese instante deseé haber nacido en Francia.

Me quité los anteojos y los dejé al lado de la manilla del agua. En la fría y blanca luninosidad del baño me veía más pálido que nunca. Hasta dudé que aquel proyecto de individuo que se me apareció en el espejo estuviera vivo. Mojé mis manos y las sacudí un poco, para que no saltara agua a la chaqueta, de ahí me pasé las manos en el pelo y luego en la cara. Después tomé mi maletín.

- ¡Oye Felipe!- exclamó alguien. Reconocí que era Gustavo. Con él suelo almorzar, junto con Gaspar y John, ellos dos trabajan en otras oficinas, en el piso superior.- ¿Dónde estás?

- En el baño- respondí.- levantando los párpados forzosamente. Francamente lo único que quería ir a dormir. La noche anterior fue espantosa.

Apareció Gustavo, apoyado en el umbral de la puerta.

- ¿Vamos?- preguntó él, dejando su maletín en el suelo.

- Vamos.- respondí yo.

Entonces, en el primer piso estaban los otros dos; Gaspar y John, quienes se nos unieron. Cuando nos encontrábamos a medio camino a nuestro restaurante, Gaspar me miró fijamente:

- ¿Qué pasa?- pregunté, un poco inquieto. Él me miró de una forma rara, como si estuviera buscando algo.

- ¡Ah! ¿Creerías que no lo iba a notar?- exclamó Gaspar, contento.

- ¿Notar qué?- pregunté, más extrañado aún.

- ¡Que te pusiste lentes de contacto!

- ¿Qué hueva’?- pregunté. De pronto, di un salto hacia atrás. Me pasé la mano en el tabique nasal y noté que nada me molestaba.

- ¿Qué pasa?- preguntó John. Mi expresión fue tal que parece que fue capaz de inquietar a mi amigo.

Palidecí. Miré hacia un enorme letrero que se erguía a la distancia y me di cuenta que no leía ni una letra de la gigantografía. Tampoco veía las cosas a más de cincuenta metros. Las personas eran rayas de colores que se movían. Sentí que me estaba dando una convulsión. Tardé varios segundos en responder:

- ¡Mis lentes!- entonces, con maletín y todo salí corriendo. Gaspar, John y Gustavo vieron cómo yo desaparecía como un bólido.

En cinco minutos de angustiosa carrera, llegué al edificio y fui directamente al baño. No estaban ahí. Mis anteojos son mi vida. Sin ellos no trabajo. Y tanta es mi necesidad por ellos que hasta se han vuelto una especie de necesidad psicológica. Aunque no los necesite para leer igual los llevo puesto, considerando que desde los cinco años que uso lentes.

Busqué al guardia con desesperación y vi que él los tenía. Suspiré de alivio. Después, fui rumbo a aquel humilde restorán, donde solemos almorzar, pero entonces, cuando ya me encontraba a medio camino, noté que algo me faltaba. En el bolsillo trasero, la billetera. Me toqué el cinturón y sentí ahí mi celular; mi llavero con las llaves de la casa en el bolsillo derecho. De pronto, me di cuenta de algo bastante feo: mis manos no sentían el peso del maletín. Volví a palidecer. Corrí despavorido hacia el edificio de nuevo.

Pasé por la plaza, como la vez anterior. La vez anterior unos colegiales me vieron pasar. Y cuando me vieron de nuevo exclamaron:

- ¿Y qué le pasó a este?

Entonces, mientras corrí vi al mismo enfermo mental que estaba sentado en el umbral de una puerta, también vi a los mismos colegiales besándose en la plaza. Cuando llegué jadeando al edificio el guardia me vio pasar como un bólido. Este suspiró y sacudió su cabeza.

Fui al baño y, cuando no vi el maletín. El guardia se apareció con él en la mano.

- Debe ser mucho su enamoramiento, Don Felipe.- dijo el guardia.- Porque hoy se olvidó de cosas con más frecuencia.

Sonreí nerviosamente y le agradecí su paciencia. Cuando finalmente fui a almorzar. Mis amigos me vieron llegar con un aspecto terrible. Ellos sólo se burlaron de mí y de pronto, vi que me faltaban diez minutos para volver a correr: la hora de almorzar se había acabado.

Texto agregado el 24-03-2006, y leído por 221 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-06-2006 jajajaja Qué divertido eres contando las cosas. Gracias porque me hiciste pasar este buen rato. alejo_carpentier
26-03-2006 jajajaj, Es mas despistado que yo, que ya es decir***** eslavida
24-03-2006 Tranquilo, suele suceder...si te contara lo que me pasó una vez, a punto de entrar a examen! En fin, una lección más de la vida: amárrate todo al cuerpo jejeje. Un saludo. Antioquia
24-03-2006 como tanto! que mala pata hombre! fermina_daza
24-03-2006 ooooooo pero que bien ME ENCANTO. Felipe es un verdadero pajaron, mas despistado que mi persona jajajajaj 5@@@@@ KHY
 
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