Querer vivir en el mejor lugar los trajo paradójicamente a este lugar, el que mucho escoge con lo peor se queda. ¿Manuelito? El hombre perfecto, un caballero, decían las señoras, ¡Qué suerte tienen algunas! Es fácil ser perfecto a la distancia. El buen Manuel no era un hombre perfecto, sólo era un hombre. Clarita no era vieja, ni siquiera madura, aún parecía joven pero por alguna razón no puedo decir que lo fuera.
¿Clarita? Que suerte tienen algunas, pero vea usted, parece que Manuel y ella no son tan felices. A Clara hace un tiempo se le había corrido el velo de la perfección de Manuel. Sin embargo, el desengaño le hacía pensar lo opuesto: no era el hombre que pensaba, diría a sus amigas. Del amor al odio hay un paso.
De novios soñaban con tomar el cielo con las manos. El amor es todo lo que se necesita. No se puede vivir sólo de amor. Le propuso matrimonio y ella aceptó. Por la seriedad y el misticismo de esas palabras nada saldría mal. A todos les pareció muy bien: Clara y Manuel al fin juntos; se estaban demorando; es que mijita si Clara no aprovecha semejante partidazo.
Manuel salía en las noches sin un rumbo fijo, deambulaba confundido por ese laberinto de calles hasta que lograba apaciguar su melancolía, un ritual sagrado que Clara aún no le conocía. Los vecinos hablaban del comportamiento taciturno del señor, de la paciencia casi estoica de la señora: dicen que el banco les quitó la casa y el carro; al señor le dio duro; me da pesar con la señora, parece no estar muy acostumbrada a estos trotes.
Como que no se entendieron mucho, se quieren divorciar ¡Pero si sólo tienen tres años de casados! ¿Qué hace que los veíamos tan felices juntos? Parece que la cosa fue por dinero. Manuel intentó mantener un estatus que no les correspondía, lo que mal comienza mal termina. Clara volvió con su familia, ya se le ve más joven, parece que volvió al spa. Que bueno, si quiere volver a conseguir... lo importante es la apariencia. |