El día en que María Elvira encontró a Kyu en el camino al dentista se convirtió en uno de esos días que, siendo un pequeño giro del destino, llevan a transformaciones globales. Algo así como el efecto mariposa, en este caso, el efecto gato.
A pocos centímetros del suelo, Kyu se afirmaba en sus cuatro patitas tiritonas de gato guagua y cantaba una canción de soledad y susto. - Kyu, kyu, kyyyyu-. Quién sabe que imágenes terroríficas de hambre y abandono pasaban por su cabecita peluda; con el olor de su mamá aún fresco en sus narices pensaba ya no más mamá. Tenía conciencia que en esa salida de autos de la calle Luis Thayer Ojeda circulaba el auto aplastador, que es algo así como el viejo del saco de los gatos chicos; y por eso temblaba y gritaba. Las personas pasaban y la miraban, algunas sonreían recordando sus propios gatos, otras, que a lo mejor sentían una punzadita de dolor en el corazón, desviaban los ojos a otra parte y se refugiaban en pensamientos sabios como por ejemplo las formas de aprovechar la baja del dólar.
Pero esta hija mía que se llama María Elvira, que ha desarrollado la capacidad de entender el lenguaje de los gatos (y si somos fieles a la verdad, de hablarlo también -con acento eso sí-) se detuvo y le habló. Lo primero que Kyu dijo fue su nombre (a lo mejor pensó que hablándole a María Elvira como los hombres blancos hablaban a los sioux ella lo entendería mejor). -Yo Kyu-, dijo y después agregó -kyu, kyyu, kyyyuuuu-, lo que significaba tómame, quiéreme, protégeme.
Ante tan explícito requerimiento, María Elvira procedió a realizar las averiguaciones legales de estos casos. Le preguntó - ¿usted conoce este gatito?- a un conserje que estaba en la entrada papando moscas porque interiormente era una araña que construía su tela y cada vez que entraba un auto se la rompía, pero él la volvía a tejer con la esperanza de atrapar algo comestible.
El conserje araña se rascó la cabeza y dijo: -Andaba una gata por aquí con varios gatitos, debe habérsele perdido este. No se de donde viene, señorita, pero si se queda acá.......
-Punto, punto, punto, - pensó María Elvira, mala señal y entonces tomó a Kyu en sus brazos y le preguntó:-¿kyu, ron ron, kyyyyyu? (traducido: ¿te vienes conmigo?)
Y como Kyu contestó que sí, el destino dio un simple giro.
En la consulta del Dr. Arce, Juanita Valdesalas su secretaria, excusó a María Elvira del tratamiento de ese día y con Kyu escondida en una vuelta de su polera, corrieron hacia Mikaza.
Aquí hay que detenerse para describir un poco qué es Mikaza.
Mikaza es un reino que tuvo un rey llamado Kiki, también Marqués de Bradomín. Murió a raíz de una epidemia de Rhinotracheitis, que se contagió en una de sus actividades diplomáticas de la ONU, donde era el Alto Comisionado para los Derechos Felinos. De pura estirpe siamesa, seal-point, Kiki era adorado por sus colegas, con los que creó profundos lazos de amistad, por ejemplo con el Señor Kofi Annan, al que siempre le hacía la broma de -Eh tu, que eres más negro que yo- y con el Señor Pata de Conejo, cuyo verdadero nombre es Monsieur Pied de Lapin, diplomático belga, viejo como el viento, sabio como la esperanza, que se convirtió en el-mejor-amigo-de-toda-la-vida de Kiki. El Señor Pata presentó a Kiki con Anita, Baronesa Von Mause, nacida en Austria y criada en Flandes. Fue padrino de ese matrimonio que ocupó extensas páginas de las crónicas sociales y cuando nacieron las niñas, obviamente fue también elegido por Kiki como padrino de bautismo de las tres.
Lobo Mag, Galina Princesa Tunces y Black Ojos Redondos siempre fueron hermosas.
Criadas por Kiki y Anita con el cuidado más exquisito, desarrollaron talentos diversos.
Lobo Mag, inició estudios de Diplomacia Internacional tutelada por su papá y el Señor Pata, y demostró en esto una gran vocación. Su capacidad para relacionarse con personas de distintos idiomas, creencias y razas hace suponer que en un corto plazo llegará al cargo que un día perteneció a su papá en la ONU. Se maneja en forma expedita con la tecnología moderna, posee teléfono satelital, Think Pad, ipod, wi-fi, y si no fuera porque su estafeta el Crustáceo le destrozó un fax de última generación y la engañó diciéndole que el aparato había estallado, aún seguiría "faxeando" consejos a sus amistades. Tiene amplio conocimiento de leyes, normas, reglamentos y estatutos. Domina innumerables idiomas, pero prefiere comunicarse en un patuá que es mezcla del español quijotesco de la Mamita de la Viecha (que soy yo) y el francés del Señor Pata con algunos términos del inglés que se habla en Park Avenue (Manhattan). Pese a su aspecto frío y dominante, el Lobo Mag tiene un corazón de azúcar. Adora el café, que toma como Mochaccino Frappuccino o como Caramel Macciato en el Starbucks y los sándwiches de pepinillo con los que a veces invita a su gran amiga, la Señora Margaret Tatcher. (Yo creo que a la Sra. Tatcher le gusta un poco el Sr. Pata).
Cuando vuelvo de mi trabajo como doctora, el Lobo Mag siempre tiene una palabra amable, -¿Muy cansada querida Mamita de la Viecha? - dice- ¡que gran cosa hace usted atendiendo a los aborígenes! Esto me hace olvidar los sinsabores de la jornada.
La Princesa Tunces, Galina, es una gota de lluvia en el pétalo de una rosa azul. Y es también un rayo de luz de otro universo que despierta cada mañana en un sofá para que el día sea más claro, más cálido y más amable. Galina es algo así como el amor, tan intangible que da miedo, tan necesaria que produce ansiedad, de la ansiedad que se manifiesta apretando los dientes y hablando ron-ron a través de ellos. Su piel huele a sol. Sus inmensos ojos azules siempre están detenidos en el tiempo, observando algo que los demás no podemos ver y que a mí me tinca que es una cosa así como los hilos de los que está hecha la vida.
María Elvira es la Viecha de la Princesa Tunces, y yo, por consecuencia, soy la Mamita de la Viecha; la querida Mamita de la Viecha.
Black Ojos Redondos es la oveja (la gata) negra de la familia. Siendo la favorita de su mamá Anita, nunca aprendió a comunicarse como las otras; considera al Señor Pata de Conejo un carcamal anacrónico, dice no recordar a su papá Kiki, cree que la Galina no fue hecha para este mundo y se ríe de las normas de urbanidad que el Lobo Mag trata de imponerle. Como no le gusta la música, se hizo a la idea que el piano que María Elvira no toca hace tanto tiempo (desde que descubrió los circuitos y los integrados y todos esos pequeños insectos electrónicos a los que hace cantar cánones olvidados) era un toilette musical y para decirlo en castizo, se ha hecho pis en él hasta el cansancio. Yo sugerí que le hiciéramos tomar un curso de meditación trascendental a ver si mejoraba su conducta, pero María Elvira se opuso diciendo que a esos cursos iban puros jóvenes flacos y de color verde por que no comen carne.
Dos palabras sobre Anita, Baronesa Von Mause, legítimo amor y compañera del Marqués de Bradomín, que nunca quiso ser reina porque según le dijo al Sr. Pata, los reyes no necesitan reinas, sino amor. Anita llegó muy jovencita a Mikaza, una tarde de temporal. Aparentemente el Sr. Pata la había invitado y ella se perdió en el estacionamiento. Como su lengua extraña no era entendida por nadie se quedó en el motor de un auto, aterrorizada por los truenos y los relámpagos hasta que María Elvira pasó por ahí, con una canastita. Anita tuvo la premonición que esta niña la llevaría a un lugar seguro y saltó a la canastita en la que llegó a su destino. El Sr. Pata explicó en ese momento que Anita era capaz de ver el futuro en las gotas de lluvia.
Inicialmente Kiki consideró a Anita como una molestia. Muy infantil y lúdica, lo hacía víctima de sus jugarretas, trastabillar e incluso caer al suelo ¡Horror!, un diplomático tan serio. Sin embargo, cuando ella alcanzó la edad de merecer, le brotó una belleza serena que envolvió a Kiki en una maraña de hilos de seda tan fuertes como el acero y le trastocó su frialdad de Alto Comisionado para los Derechos felinos, de la ONU, convirtiéndolo en un enamorado bobo, juguetón, torpe y feliz. El Sr. Pata, encantado por haber logrado su objetivo de casamentero, procedió a organizar las visitas de estilo y en menos de lo que canta un gallo tuvimos acá, en Mikaza, al benemérito Johannes Paulus II, oficiando la misa de esponsales más hermosa que se hubiera podido imaginar, con Kiri Tekanawa cantando el Ave María a capella. Antes de la ceremonia, el confesor de Anita, un Cardenal de apellido Ratzinger, hizo las prevenciones a Kiki, para que fuera paciente y cariñoso, porque su amada no era muy buena para los idiomas y más de algún intríngulis lingüístico iba a causar problemas conyugales. Y así fue, de hecho me correspondió intervenir en algunos desencuentros a pesar de llegar tan cansada de atender a tantos, tantos aborígenes.
Muchos años después supimos que el idioma que hablaba Anita Von Mause era un dialecto austríaco, que era Baronesa y, cuando Juan Pablo II se fue al cielo de los Papas, nos sorprendimos con la noticia que nuestra Anita no solo conocía al Cardenal Joseph Ratzinger, sino que era "Anita, amiga del Papa", "Anita, grran amiga del Papa" y "Anita, el mejog amigo del Papa".
A esta familia real, que convirtió Mikaza en un reino, se agregaban otros importantísimos personajes. Por orden de antigüedad: Obe, del Abismo. Inmensa y blanca, como todo ser abisal, se vino con nosotras porque accidentalmente su madre le heredó un par de ojos de topacio (la mamá tenía un ojo azul y otro amarillo) que la descolocaron en el Abismo, donde por la profundidad y falta de luz, los habitantes son ciegos, blancos e inmensos.
Obe siempre fue la tía Obe. Cuando Kiki era chico, viajamos a Villarrica los cuatro (dos humanas, un siamés y un ser del Abismo). Obe cuidaba a Kiki y oponía resistencia a sus locuras con la solidez de sus argumentos de gato color blanco sólido, como sólidamente estableció la Dra. Valenzuela que era su color, sin entrar en disquisiciones sobre su origen en la fosa de Guam.
Obe era valerosa porque en la naturaleza de los animales del Abismo no cabe el miedo. Aparentemente el miedo es algo que uno debe ver. Y como ellos son ciegos….
Ella ya no está con nosotras. Creímos que la muerte de Kiki no la iba a afectar tanto, después de todo la pena se parece tanto al miedo. Pero Obe luchó con la muerte que es una señora flaca y de color verde a pesar que sí come carne y cuando la muerte, considerándola invencible estaba a punto de irse, Obe la llamó y le dijo que se iba con ella, siempre y cuando hicieran una parada antes por su tierra para saludar al calamar gigante y a Moby Dick (con el capitán Acab encima) a los que echaba mucho de menos.
Nos ha mandado e-mails desde el cielo de los gatos. Puede leerse alguno en el blog http://cuentosdegatas.blogspot.com donde también hay fotos.
Hace un par de años sucedió algo muy especial. Una cigüeña borrachina que traía a un gatito de los que llamamos romano pero que el Lobo Mag especifica se trata de la raza Bengal, la dejó en Mikaza, después de haberla hecho pasar perrerías y enfermita de la guata porque, para quitarle el hambre, se le ocurrió bajar en un restaurante de mala muerte (de esos que tienen “reservado” para los curaditos con más plata, y comprarle un hot-dog (había olvidado la mamadera del gatito).
El gatito en cuestión era también una gatita y dijo que se llamaba Chillo, lo que al Sr. Pata de Conejo le pareció muy poco digno, así es que extendió sus redes de información para averiguar cuál era el verdadero nombre de la chiquitita, llegando a la conclusión que se llamaba originalmente Biquillo, o Bichillo; no está claro. En todo caso ahora cambió de nombre (como sucede a veces con los gatos) y se llama Moncuayud.
Biquillo-Moncuayud convirtió Mikaza en el campo de batalla de Austerlitz. Se negó rotundamente a aceptar que ella era la recién llegada y con una soberbia que no sabemos de dónde sacó, nos obligó a fragmentar el reino en dos secciones separadas por una puerta de vidriera de Berlín: según ella una parte para Biquillito y la otra para las “gatas malas”, según el Lobo Mag: una parte para la familia y la otra parte para el “ese”.
Todo se complicó aún más con una tragedia que sucedió en el Consultorio en que trabajo (yo, la Mamita de la Viecha): En el patio de estacionamiento (¿Por qué siempre las cosas se originan en los estacionamientos?) vivía una perra. Humilde y pequeña, agradecida de cada muestra de cariño que uno le diera. Enemiga acérrima de los gatos del barrio, a los que no voy a desprestigiar ahora, pero harto faltos de educación que son, comía lo que le daban los choferes de la ambulancia y dormía en un cajoncito de madera que en el invierno se llovía entero. Le compramos ropa y una casa digna en Sodimac, y collar para ahuyentar a la Perrera; y todo iba bien. Hasta que un día la mala suerte entró al Consultorio y desde su posición administrativa privilegiada de directora ordenó que se lleven a los perros de aquí, que los únicos animales que se admiten son los usuarios y los funcionarios, ya con eso tenemos de sobra o que llamen a la Municipalidad para que les den veneno (a los perros, no a los usuarios). Nota: los usuarios son los aborígenes que dice el Lobo Mag.
Y la Perra me miró con sus ojos. Y yo me traje a la Perra a Mikaza. No pude ir más al Consultorio, porque aunque los usuarios aborígenes no tenían la culpa, ya era la hora y el tiempo para que la mala suerte entendiera que “lo que haces hasta por el más pequeño de mis hermanos, lo haces por mí” o algo así, que dijo un pobrecito que acostumbraba a andar en burro y que se subía a la montaña a repartir sándwiches de pescado y de pasada les echaba un sermón a sus usuarios.
Entonces Mikaza se convirtió en una especie de federación, como USA, con tres estados: Biquillolandia, Gatas Malaslandia y la terraza o Perralandia.
Al principio tratamos de convencer a las Gatas Malas (Ana, Lobo Mag, Galina y Black) que la Perra no era perro, sino un guardia de corps, algo parecido a lo que tiene el Papa, destinado a cuidarlas. No nos creyeron y cada día, cuando la Perra salía a su paseo digestivo, se producían escenas de pánico, con escándalos de subidas a los lugares altos, como si la Perra hubiera sido un maremoto.
Biquillo se marginó de la situación, ya que su Estado se encontraba marginado de los sitios de tránsito de la Perra; y solo esbozó un comentario despreciativo -¡Usted está loca!- ¿No ve que es un perro? Ah, ¿No ve?
Y estando en estas circunstancias, a un paso de la tercera guerra mundial, con fronteras imprecisas y odios reconcentrados, sucedió lo que he contado al principio de esta historia. O sea, llegó Kyu.
Las primeras semanas en que Kyu era del tamaño de la palma de mi mano, estuvo encerrada en el dormitorio de María Elvira. Pero creció rápido, se afirmó en sus patitas y aprendió a correr y a trepar. Biquillo le hacía bufidos terroríficos por debajo de la puerta y las gatas malas se erizaban hasta el éxtasis cuando Kyu aparecía. Todo mal, todo mal.
Hasta que un día Kyu cruzó las fronteras, derribó los muros, botó las alambradas, caducó las prohibiciones, abrió las puertas, rompió los hielos y eso.
Todo lo hizo como es ella, pura improvisación y la no existencia de miedo. Dicen que el miedo es un olorcillo que hace que te ataquen. Y esta Kyu con perfume de suavidad se fue enredando e iluminando los espacios en que las Gatas Malas y el Biquillo hervían sus rencores y su tibieza se extendió hacia a la Perra a la que domesticó con una sola caricia y la convenció que los perros y los gatos deben amarse los unos a los otros como a ellos mismos y además estableció que la vida no es sueño, sino que la vida es un juego que vale la pena jugar sin hacer trampas y con el corazón bien a la vista, para que los jugadores sepan de que se trata cuando te miran a los ojos.
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