DEL CIELO AL INFIERNO
...Mientras caía el tiempo se me hacía eterno, cada segundo se me volvían meses de dolor. Me acercaba vertiginosamente hacia el suelo y a mi espalda se alejaba el piso cuarenta y tres, desde el cual había sido empujado.
Tuve visiones espantosas, veía a mi enemigo tomando champaña en mi bóveda, veía a mi esposa que reía sobre mi tumba. Luego recordaba momentos de mi vida:
Mi primera mesada, mi primer chancho alcancía, mi primera chequera, mi primera esposa, mis hijos... tuve un recuerdo que hasta entonces había olvidado por completo: le di una moneda a un anciano que pedía limosna afuera de la universidad.
Me preocupaba angustiosamente el dolor que sentiría al azotar mi afeitada cara contra el sucio pavimento, así que cerré los ojos, sentí que volaba e imaginé que caía sobre mi bóveda suavemente, deslizándome sombre mis queridos billetitos. Ahí fue cuando me acordé que no había hecho testamento y que me había casado en comunidad con mi esposa, me lamenté porque si hubiese testamentado, no le habría dejado un peso a la Esmeralda, ni tampoco a Eugenia, mi hija, porque estoy seguro que se lo gastarían en funciones de teatro y en cócteles con poetas, escritores y toda esa manga de haraganes que no hacen más que estancar el progreso con su estúpido sentimentalismo.
Cuando sentía el odio y la impotencia al convevcerme de que la Esmeralda se quedaría con la mitad de mi fortuna, sentí un pequeño dolor en el cráneo y un crujir de miles de nueces al unísono. Ahí fue cuando morí.
Recuerdo que me paré y solo durante una fracción de segundo pude ver mi cuerpo, literalmente destrozado, fue solo un flash, ya que inmediatamente una poderosa fuerza me succionó y bajé y bajé hasta llegar a lo que ahora es mi morada, el infierno...
Lo más curioso de todo es que mi torturador personal es el anciano al cual le regalé la moneda...
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